La definición del ciberespacio se la dejamos a los técnicos. Lo que podemos expresar incluye un sinnúmero de actores que son parte y sin los cuales no hay ciberespacio. Pero además, tiene tantas capas, que el dominio de una no asegura el control o el dominio de ese espacio. Infraestructura física, software, aplicaciones, recursos humanos y algunos ya incluyen dentro de él, al espacio radioléctrico por las vinculaciones cada vez más interdependientes con el área de las comunicaciones.
El ciberespacio se ha convertido, además de en un instrumento, que es lo que le dio origen, en un espacio más, que junto a la tierra, el mar, el aire y el espacio exterior, constituyen un desafío en términos de soberanía y Estado.
Un espacio omnipresente que a medida que facilita la vida contemporánea, la hace más vulnerable. Cuando mayor ciberdependencia tienen las acciones humanas, nuevas ventanas de vulnerabilidad se abren a su seguridad. Y aunque este espacio depende en un ciento por ciento de la actividad humana (para formarlo, para ingresar, para conectar, para darle existencia), lo asumimos como un nuevo dominio porque en él, las voluntades de los hombres se encuentran, disputan, manifiestan intenciones.
Por eso se habla ya de una geopolítica del ciberespacio, dado que el hombre empieza a querer dominarlo, negarlo u ocuparlo, o de ciberpoder, para llamar a la habilidad o capacidad de un actor de ejercer dominio por persuasión y/o coacción sobre determinados objetivos que se propone. Puedo acrecentar mi atributo de ciberpoder cuanta más capacidad tenga de utilizar el ciberespacio en favor de mis propósitos. Como espacio que surge de este siglo, y es fruto del avance tecnológico del desarrollo humano, es un multiplicador de las tendencias que están dándose en el Estado y en las relaciones internacionales.
Es un multiplicador de la difusión del poder en múltiples actores sub y supraestatales. En el escenario del ciberespacio puede causar daño un actor individual tanto como un actor estatal. Y el poder no está muy claro en qué lugar se encuentra, dada sobre todo, la dificultad que tiene de atribuir, es decir de reconocer el origen de la voluntad que genera el daño o la acción. Otra tendencia que multiplica, es la incapacidad de los Estados de hacer frente solos al ordenamiento de este nuevo espacio; de ejercer soberanía y de controlar y/o proteger a su ciudadanía.
El ciberespacio se ha convertido, además de en un instrumento, que es lo que le dio origen, en un espacio más, que junto a la tierra, el mar, el aire y el espacio exterior, constituyen un desafío en términos de soberanía y Estado.
También se ve multiplicada la tendencia al crecimiento del poder de las sociedades y de los privados. Dos ejemplos expresan con claridad lo que se está afirmando: el hecho de que la infraestructura crítica de comunicaciones y ciberespacio esté en mayor parte en manos de empresas privadas, y el rol creciente que le asignan a los hackeractivistas, o actores unipersonales u organizados motivados por el placer de la conquista y la búsqueda de hallazgos desvinculados con los propósitos que puede tener un Estado.
El ordenamiento de este nuevo espacio aún no se ha realizado a nivel global. Hay expresiones y voluntades para generar ese marco regulatorio, pero se está muy en los inicios. Si nos referimos a las tecnologías más sensibles, las últimas décadas hemos presenciado que alrededor de las mismas, el mundo se ha ordenado formando lo que en la jerga común se denomina “clubes”, pero que el derecho internacional expresa en regímenes. Tenemos el club nuclear, el club de tecnología de misiles, el club de armas químicas y bacteriológicas y el club de armas convencionales. En cada uno de ellos deciden y crean normas los que tienen las capacidades.
Aún no está claro quién formará parte del club de la tecnología vinculada al ciberespacio, o si el ordenamiento considerará este dominio como un común global (como sostiene Europa), parecido al espacio exterior, la Alta Mar o la Antártida, o como un espacio conectado globalmente (como prefiere EE.UU.), susceptible de disputarse dominio y generar fronteras.
En ese sentido, para participar de la construcción de ese orden con alguna autoridad, Argentina tiene que darse el debate de cómo lo va a ordenar internamente y regionalmente y si va a participar como país o como región. Aunque hubo pronunciamientos importantes en este sentido, de parte del Ministerio de Defensa, la realidad es que aún no hay una decisión política en algún sentido ni se han realizado acciones concretas ligadas a esta tarea que incluyera los actores necesarios para hacerla efectiva.
El ordenamiento requiere una tarea transversal que solo puede dar la política, articuladora de intereses y actores. Hacia adentro, deberá incluir en la mesa de conformación de ese marco regulatorio, no solo a la Defensa y sus FF.AA., sino a los responsables de la Seguridad Interior, al Sistema de Inteligencia, y a las empresas del sector. En ese sentido, en el mundo se calcula que el 90% de la infraestructura crítica está en manos de empresas privadas. Es imposible generar un ordenamiento sin la participación comprometida de las mismas. Y por último el sector académico o de investigación aplicada, que son quienes aseguran desarrollo tecnológico y actualizaciones imprescindibles para este espacio que es pura evolución y movimiento.
El punto de partida será ponerse de acuerdo y reconocer cuál es el bien a proteger. Y en la definición del mismo se inicia la posibilidad de reconocer los instrumentos que se necesitan y el ordenamiento que debe darse.
CIBERGUERRA Y FUERZAS ARMADAS
La omnipresencia del ciberespacio en la estructura y organización de las fuerzas militares, facilita su accionar en efectividad y precisión, en comunicaciones y comando y control, en logística, y en todo tipo de operaciones. Pero también, mientras como instrumento facilita y efectiviza, crea un espacio que las hace más vulnerable, como ocurre con todos los actores de las sociedades actuales.
Por otra parte, otra de las tendencias de este siglo que se ven manifiestas en este nuevo espacio es el cambio de naturaleza del conflicto. La disminución de las guerras convencionales y la proliferación de otro tipo de conflictos, que algunos prefieren seguir llamando guerra, pero que no tienen enfrentados dos Estado entre sí, encuentra en este espacio otra forma de manifestarse.
Argentina tiene que darse el debate de cómo lo va a ordenar internamente y regionalmente y si va a participar como país o como región. Aunque hubo pronunciamientos importantes en este sentido, de parte del Ministerio de Defensa, la realidad es que aún no hay una decisión política en algún sentido ni se han realizado acciones concretas ligadas a esta tarea que incluyera los actores necesarios para hacerla efectiva.
Como corresponde a la realidad del siglo, hemos visto algunos hechos de guerra convencional, como el ataque de EE.UU. e Israel a las centrales nucleares iraníes. Pero este tipo de ataques, por convencionales, requiere inteligencia, planificación, estrategia, mucho más que una simple voluntad de efectuar daño. Esto quiere decir que las facilidades que genera este espacio para la ofensiva, se vuelven mucho más complejas, cuando se trata de pasar a la guerra convencional y lograr efectos concretos.
En todo caso, las implicancia de las tendencias del ciberespacio en lo militar, no pueden divorciarse del contexto de cómo, cuándo y para qué se usarán o usan las FF.AA. en este siglo.
CIBERESPACIO E INTELIGENCIA
La inteligencia toma dos formas en el ciberespacio. La más conocida, es utilizando el ciberespacio para obtener información del actor que me interesa porque me amenaza o porque sus intereses tienen algo de vinculación con los míos. Pero además, hay una inteligencia específica, vinculada al espacio en sí mismo, que deberá realizarse para saber cómo defender y operar el dominio de lo que se tenga en ese espacio. Todo eso es nuevo y requiere formación y entrenamiento.
Particularmente la inteligencia tiene que definir qué tengo y que hay que saber de ese espacio para conocer vulnerabilidades y oportunidades propias; que información deberá brindar al decisor para que pueda definir de qué manera defender y/o generar ofensiva si estoy siendo atacado. Es decir, el espacio en sí mismo, requiere operadores (soldados) ofensivos, defensivos y de inteligencia, tecnológicos y muy específicos.
El asunto es que este nuevo espacio, en el que hay que hacer inteligencia para brindar información a los que deciden su uso, tiene muy difusas las fronteras, y en particular, la frontera tan compleja entre seguridad y derecho ciudadano, entre lo estatal y lo privado, entre la “calle” y la intimidad de la “casa”.
En ese sentido, la inteligencia, actividad humana tan antigua como la comunidad política organizada, encuentra en el uso y en el dominio del ciberespacio, solo herramientas más sofisticadas, como la encuentra en el espacio exterior a través del uso de satélites. Los propósitos, los objetivos de los espías, lo fijan actores estatales o no estatales con capacidad para hacerlo. El conflicto no está en el medio que utilizo, sino en qué decido mirar o espiar para qué propósito. El ordenamiento que hay que dar, algo tendrá que decir de lo que se puede y no se puede, en relación a la actividad de la inteligencia.
En ese sentido, la complejidad de actores intervinientes en el dominio de este espacio nuevo, requiere que la política, ordenadora de las sociedades, se haga cargo y empiece a definir quién, qué y cómo. Porque aunque es natural que las FF.AA. ante un nuevo espacio de guerra, empiecen a formarse para ver cómo lo conocen (inteligencia) y cómo lo dominan, no son ellos, quienes dirán o definirán hasta dónde pueden llegar con su tarea y cuáles son los límites para considerar defensa de un dominio.
En ese sentido, los conflictos que generan los nuevos tipos de guerra, en término de considerar a un criminal como enemigo, se agrandan en este espacio y requieren claras definiciones de parte de decisores con legitimidad para hacerlo. Porque no es lo mismo el tratamiento que tradicionalmente se ha dado a un enemigo que a un delincuente.
A MODO DE CONCLUSIÓN
El instrumento cuyo desarrollo tecnológico facilita la vida de las sociedades, se ha convertido en un espacio y desafía a la comunidad política organizada, local, regional o global, a definir su ordenamiento, su dominio y su utilización. Esta tarea requiere articular los actores intervinientes, el sector político representando a las sociedades, el sector privado que invierte y comercia, y el sector académico que permite actualizar. Y en esa mesa, lo importante es empezar a definir el bien a defender, que constituye ese espacio que debemos proteger.
Es Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica Argentina. Realizó una Maestría en Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO). Especialista en seguridad internacional, defensa e inteligencia, dicta la Cátedra de Estrategia y Seguridad Internacional en la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA y Introducción a la Teoría de Relaciones Internacionales de la Universidad Austral. Ha sido Directora Nacional de Inteligencia Estratégica Militar del Ministerio de Defensa de la Nación y actualmente es Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.
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