Latinoamérica siempre ha sido sinónimo de futuro a largo plazo, pero también de retraso respecto de los avances globales, aunque no le han faltado oportunidades a lo largo de su historia. Pero no se trata de lamentar las oportunidades perdidas, sino aprovechar las que se tienen. Y para los países de la región, como en general para todos los emergentes, el momento más adecuado es el actual: un tiempo de mudanzas y de transiciones, en el que los avances tecnológicos son veloces y nada está consolidado. Es la hora perfecta para los saltos y para los atajos: tal vez la única oportunidad para ir en busca del tiempo perdido.
El punto de partida nunca es alentador: altos índices de pobreza, una infraestructura escasa y deficiente, inestabilidad económica y política y falta de recursos en el área tecnológica. Y sin embargo aparecen algunos datos que no parecen ir a tono con los pronósticos de un pesimismo aplastante que muchos analistas anticipan. Muchas nuevas empresas de la región han comenzado a transitar la era tecnológica sin necesidad de adaptarse, pues llevan el ADN de las nuevas tecnologías ab initio precisamente por el hecho de ser nuevas. Por otro lado la misma dinámica de la globalización ha acelerado el proceso de adopción de nuevas tecnologías: lo local es arrastrado por lo global en un círculo virtuoso que es inédito en la historia.
Los inversores extranjeros que ven más allá del beneficio financiero a corto plazo ya saben que el mercado potencial de una región de 630 millones de personas no se puede subestimar, pese al bajo poder adquisitivo de muchos de sus habitantes. Por eso fenómenos y conceptos que parecían extrañisimos para la cultura latinoamericana hoy están cada vez más presentes en la jerga de las clases medias, especialmente en México, Brasil y la Argentina: 5G, Blockchain, Internet de las Cosas (IoT), drones, energía solar fotovoltaica, robótica, impresión 3D, edición genómica, Big Data y nanotecnología. El remolino de la revolución tecnológica global nos arrastra –para bien y para mal-.
Los inversores extranjeros que ven más allá del beneficio financiero a corto plazo ya saben que el mercado potencial de una región de 630 millones de personas no se puede subestimar, pese al bajo poder adquisitivo de muchos de sus habitantes.
De una manera incipiente, pero muy dinámica, nuestra región empieza a ver ejemplos de este impacto de la ciencia y de la tecnología en la matriz productiva. Y lo más importante: conductas que llevan la impronta de estos cambios decisivos, que en pocos años van a cambiar por completo –como ya ha ocurrido en otras regiones del planeta, especialmente en la India y en la zona del Pacífico- la relación entre lo local y lo global.
Para los ejemplos basta con googlear: en Argentina podemos mencionar la tarea conjunta entre productores del sector agrícola y el CONICET para el desarrollo de una semilla resistente a la sequía, que ya ha comenzado a traer beneficios económicos. En Perú también hubo sociedad entre profesionales privados y la Universidad de Lima para desarrollar técnicas que reducen la emisión de monóxido de carbono: los resultados de esas innovaciones ya se prueban en el país sudamericano, pero también en Chile y en México. La Universidad Austral, en Chile, también ha generado expertos en inteligencia artificial y biotecnología que ya desarrollan enzimas para la industria láctea y vitivinícola. La lista de estos ejemplos es interminable y todos los días se puede agregar un nuevo eslabón en la cadena de valor a escala regional.
Para dar cuenta del progreso en las conductas, tanto en el área industrial como en la investigación científica, basta con revisar las agendas de investigación, el tipo de problemas que hoy mismo resuelven los organismos privados y estatales tanto en Buenos Aires como en Santiago, Río o San Pablo, o las gestiones que ya mismo se están realizando para adaptar las normativas nacionales a las veloces innovaciones que los agentes del cambio –tanto inversores y empresarios del área económica como graduados y estudiantes avanzados de las áreas de investigación- incorporan todos los días en sus respectivas áreas de acción.
En definitiva: las narrativas pesimistas ya no reflejan la realidad latinoamericana. Son apenas la enumeración de los inconvenientes -a veces muy importantes pero no irremediables- con los que la región deberá lidiar en los próximos años. El desafío está en consolidar esos modelos de innovación que el mismo proceso globalizador ya está imponiendo en la región a través del pragmatismo de sus “changemakers” (agentes de cambio) y no anticiparse a sacar conclusiones basadas en los prejuicios acumulados en sucesivas “décadas perdidas”. Somos parecidos a lo que fuimos, pero ya no somos los mismos y, más importante aún: el mundo tampoco es el mismo. No es novedad que estamos lejos de nuestro objetivo. La buena noticia es que vamos por buen camino
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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