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Written by 11:11 AM OPINIÓN

América Latina en el Siglo de la gran crisis global

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La humanidad vive una transición muy compleja, en la que el paraíso de los boomers ya no puede retornar pero tampoco hay, para los Millennials, utopías posibles para habitar. Estos acontecimientos no son aislados: parecen ser aspectos de una crisis global multicausal. En rigor el siglo XXI comenzó con una primer gran crisis: la de un terrorismo internacional que en 2001 parecía dispuesto a todo y cuya acción terminó restringiendo, de facto, derechos ya consagrados por las sociedades avanzadas y arrastrando el derecho internacional –y nuestra privacidad como ciudadanos- a los grises jurídicos de las famosas Razones de Seguridad Nacional. No mucho tiempo después, en 2008, llegó la crisis recesiva por la explosión de la burbuja inmobiliaria. También se agravó la crisis endémica de la inmigración descontrolada desde los países pobres a los ricos, con sus consiguientes problemas humanitarios, identitarios y de seguridad ciudadana. Más tarde el Brexit y el triunfo de Trump en Estados Unidos fueron un baño de realidad para el progresismo neo liberal: un verdadero grito de descontento y de indignación que sinceró una grave crisis de representatividad en el sistema político occidental. Como si esto no fuera poco, ya en 2002 nos anoticiábamos de que el coronavirus había mutado en variantes letales para nuestra especie: el temido SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome) formuló su primera amenaza 18 años antes de producir el colapso sanitario y económico que fue la Gran Pandemia del año 2020.

Pero la lista de plagas del nuevo milenio no estaría completa sin la amenaza cuasi bíblica de los incendios, olas de calor, sequías, bajantes de ríos, tornados, huracanes y deshielos de permafrost y de casquetes polares. Un verdadero flagelo climático que ya es advertido por Francisco en su encíclica de 2015, Laudato Si, que subraya la importancia del desarrollo sostenible.

El paradigma neoliberal nos acostumbró a su narrativa desde comienzos de los años 90, con su promesa de un supuesto paraíso sin estados ni jefes en el que todos somos dueños de nuestro destino. Sus críticos, por izquierda, descubrieron fácilmente las mentiras de la promesa liberal, pero siguieron aferrados a las utopías inviables del marxismo y el ciudadano perdió no sólo las certezas de los años del Estado de Bienestar, sino también la confianza hacia una clase política que parecía haberle vendido el alma al Mercado. Las certezas económicas también se perdieron, al ritmo de las transacciones internacionales, los bonos, el crédito impagable, las burbujas financieras y las criptomonedas. Pero también la cultura comenzó a perder sus límites: feísmo en las artes, precarización laboral en las fábricas, reemplazo del sexo por el género “autopercibido” en nuestras sociedades, devaluación de la crítica, destrucción de toda autoridad, imperio de la cultura líquida y del mundo del espectáculo ,etc. En esto no se equivocaba Marx: “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Es en este marco de desorden generalizado que enfrentamos los dilemas de un mundo que algunos describen como una Tercera Guerra Mundial hecha de microguerras civiles entre ciudadanos que intentan imponer sus valores personales. El paradigma liberal ya no nos sirve para explicar el mundo: las sociedades abiertas, en Occidente, están partidas por sus respectivas “grietas”, Estados Unidos dejó de ser la única superpotencia y el único modelo democrático, Europa ha fracasado en su intento de unidad continental, el poderío militar ruso, conservador y autocrático, retorna de las cenizas del fantasma soviético y, last but not least, el peso de China comienza a imponer sus condicionamientos en algo muy parecido a una declaración de guerra –comercial- al conjunto de la comunidad globalizada. Algo cruje desde hace mucho tiempo en ese viejo paradigma del Mercado, pero es demasiado temprano para entregarnos confiados al nuevo paradigma que viene, sin dudas, de la mano de la revolución tecnológica. Resuena siempre en nosotros la célebre frase atribuida a Gramsci: lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no nace.

Es difícil saber cómo van a reaccionar las sociedades a tanto desorden generalizado: terrorismo, inmigración, crisis financiera, pandemia, crisis de representatividad, calentamiento global, etc. La complejidad del nuevo siglo es inquietante, pero la pregunta es extremadamente simple: ¿qué pueden hacer nuestras instituciones globales, nuestros estados-nación y el robusto pero antiquísimo sistema jurídico que heredamos de la eterna Roma? Dicho de otro modo: ¿Qué reacción tendrá nuestra vieja y rica cultura occidental, anclada en la tradición religiosa del Cristianismo frente a los desafíos inéditos que nos plantea esta crisis multicausal?

El paradigma liberal ya no nos sirve para explicar el mundo: las sociedades abiertas, en Occidente, están partidas por sus respectivas “grietas”, Estados Unidos dejó de ser la única superpotencia y el único modelo democrático, Europa ha fracasado en su intento de unidad continental, el poderío militar ruso, conservador y autocrático, retorna de las cenizas del fantasma soviético y, last but not least, el peso de China comienza a imponer sus condicionamientos en algo muy parecido a una declaración de guerra –comercial- al conjunto de la comunidad globalizada.

Quien diga que tiene una solución para este rompecabezas del nuevo (des)orden global nos está mintiendo y en ese sentido Latinoamérica no sólo tiene la oportunidad que tantas veces se subraya como festejo anticipado de un futuro de promisión que se da por descontado: ella es ahora también un condicionante. La entropía del sistema global actual nos arrastrará consigo si no asumimos nuestra responsabilidad histórica. Hemos visto que todos los problemas del globo se han traducido –ninguno de los cuales tuvo su epicentro en América Latina- casi de inmediato se tradujo en crisis locales: los aviones trajeron la pandemia, la sequía no tardó en llegar a nuestros ríos y la indignación popular frente a la ineficacia de los sistemas políticos, por izquierda y por derecha, ya trajo disturbios (Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia) e hizo saltar por los aires el orden constitucional de unos cuantos países. Ni las viejas recetas neoliberales ni las fracasadas fórmulas del marxismo autóctono han resuelto los problemas de la sociedad latinoamericana. Tampoco las moderadas recetas “socialdemócratas” de los gobiernos de centroizquierda actuales (en México o Argentina), donde no se termina de poner un pie en la lógica global (por ejemplo, condenando la ilegalidad de los modelos cubano y venezolano) ni se apuesta decididamente a un proyecto de nación autónomo que defienda su cultura y plante su rostro a los condicionamientos de los poderes internacionales sin caer en la ingenuidad ni en la inflexibilidad.

Ni las utopías de los 70, ni el menemismo de los 90 ni el populismo latinoamericano de la primera década de este siglo: sabemos al menos lo que podemos descartar, lo cual ayuda al menos a descartar los caminos inviables. Habrá que intentar una nueva fórmula, sumar actores no gubernamentales, tender puentes hacia otras latitudes y subirse a las olas tecnológicas que aceleran el desarrollo de los emergentes. Es probable que de ese afán de desarrollo sostenible comiencen a salir las acciones, y que ellas pongan de manifiesto los liderazgos naturales que la región espera y necesita. Si aprendemos de estos errores recientes, la región sacará un buen provecho de estos inevitables remezones de la crisis que precede a la revolución tecnológica que ya está en marcha.

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Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.

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Fernando León
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Etiquetas: , , , , Last modified: 18 agosto, 2021
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