Hace unos días, circulaba por la internet un breve documental donde dirigentes peronistas, y hasta el mismo General, entre tantos, hablaban de represión, de aleccionar al pueblo, de solo tener en el Estado trabajadores afines a la causa peronista; recordaba también de sus participaciones en golpes de Estado, entre tanto. Hay edición, sesgo, y ver el pasado con ojos del presente es siempre una manipulación —y esta regla aplica para todos los temas—, pero no deja de ser también parte de la historia del peronismo —así como, desde ya, de la Argentina toda, también de esa enorme Argentina que atribuye a este partido/movimiento la raíz de todos los males: “Es que peronistas somos todos”—.
Decimos “historia del peronismo” y detrás se van más de setenta años de historia argentina, la cabeza se llena de números y imágenes: qué fue, cómo fue, por qué fue; y, enseguida, qué, cómo y por qué es. Para poder pensar luego esas interrogantes con matiz de futuro y revisar todas las opciones bajo el “para qué”. Pero no es momento de estancarse en el pozo negro de ese significante sin un significado —ni lejanamente— preciso; al momento, basta con saber que está ahí, que el peronismo, de alguna manera, existe —y con qué envergadura—, que este “movimiento al servicio del poder”, como dicen algunos, o “al servicio de los trabajadores”, como dicen otros, entre tanto que se dice, es tan intrínseco a nuestro espíritu que merece que al menos pensemos que el peronismo no nos forjó, sino que nos dotó de identidad.
Y que al ser carga con una historia que incluye luchas sociales, golpes de Estado, represión, justicia social, aleccionamiento ideológico, totalitarismo, beneficios laborales, fascismo, liberalismo, proteccionismo, asistencialismo, pragmatismo, incoherencia, qué no, y siempre bajo el hálito del misticismo. Todo eso fue en algún momento el peronismo, entre tantísimas otras cosas, admirables y deleznables, tanto para conseguir y mantener el poder a como dé lugar como para trabajar por el pueblo y contra fuerzas opresoras y parasitarias. Qué de todo esto prevalece ya será materia del ojo que mira.
Esta breve introducción a la “problemática peronista” pretende simplemente plantear un escenario con el cual se enfrentará esta “tercera opción” —digámoslo de una vez: peronista— de la cual hablábamos en una nota reciente. Dado que nada parece tener la capacidad de ser tantas cosas como el peronismo, esta fuerza deberá definir qué dice cuando dice peronismo. Pero ya no basta con hacerlo como siempre, con tres eslóganes —pueblo, trabajo y patria—, sino metiéndose en el fango, en la discusión del otro, en el abanico de significados. Deberá, con dolor y antipatía, asumir un historial de errores y reivindicar los logros, reconocer sus pasados y entender al votante —de esto, básicamente, hablábamos en aquella nota: el votante obró bien siempre, fue el político quien falló, no su elección, lógica, consciente y moral—. De esa masa inabarcable de contradicciones deberá hacer su recorte, definirse, y hacerlo con la certeza de que el otro —tal vez un histórico antiperonista que no encuentre alternativa, incluso— quiere ser escuchado, de que el votante conoce su pasado, de que por cada cosa que obvie habrá un meme, cuando no un informe que ubique al candidato justo donde no pretende recordar que ha estado. Una y otra vez recordémoslo: es a partir del discurso del otro que podemos hacernos fuertes, y no soslayándolo, obviándolo, como desde hace tanto ocurre en nuestro país. La realidad es plural, las elecciones pueden ser muchas y no todos vemos lo mismo ni pretendemos el mismo camino para las soluciones que necesitamos —por acá pasan probablemente de los mayores desatinos del actual Gobierno—: de entre toda esa oferta de opciones deberá salir la propia, pero poniendo sobre la mesa las voces de todos.
Los argentinos queremos los servicios de Noruega con los impuestos de Qatar, eso es sabido y esta declaración es un lugar común entre nosotros; pero el otro lado de esta declaración sugiere que tenemos el bienpensantismo, la generosidad y los deseos de san Francisco con la billetera de otro. ¿Se puede evitar esto en un discurso? O, tal vez, la pregunta de fondo es: ¿estamos los argentinos dispuestos a escuchar de una buena vez a un candidato que ponga sobre la oferta electoral un plan realista? ¿Para cuánto nivel de “verdad” estamos preparados?
La gran victoria de la posverdad consiste en que detenta la verdad intuida. Del mismo modo, dado que todo lleva el molde del ojo, toda noticia tiene posibilidades de ser cierta. Frente a esto, dos estrategias —para que la “verdad propia” prevalezca—: los hechos y el recorte. La variable hechos no necesita demasiada aclaración: consiste en elegir qué tablas, números, proyecciones y obras mostrar, pero que estos datos sean, en lo posible, reales —o al menos no fácilmente refutables—. La segunda, el recorte, tiene que ver —obviamente— con la anterior, pero nos referimos en este caso al recorte identitario: de entre todo esto que puedo ser —y que usted, votante, sabe o cree que he sido, y que también sabe que mi partido ha sido—, soy esto. Y “ser esto” es ser también pasado y contradicciones. ¿Cómo podría Massa eludir su “taj’ ahí”? ¿Cómo podrían Randazzo o Pichetto obviar su pasado ultrakirchnerista? ¿Alcanza con decir que se fueron traicionados? ¿Urtubey, el amigo de todos? ¿Solá, el compañero de todos? ¿Alberto Fernández?
Pero el registro que hoy se tiene de todo lo que ha ocurrido, el “archivo”, no solo permite poner en escena un abanico infinitamente mayor que todos los anteriores, sino que también pone en escena a todos, y a la vez nos endurece el cuero —también porque nosotros no somos, por lo general, mucho mejores que ellos— porque “todos somos”. ¿De quién no se dice que es “un mafioso”? Es más, podría pensar alguien, ¿quién de los que llegan hasta esos niveles de poder pueden no serlo, al menos en algún punto, desde alguna forma de tomar y consolidar el poder? Por lo demás, ¿quién puede ostentar una “limpieza de sangre”, y cuál sería, en todo caso la “sangre limpia”?
O, tal vez, la pregunta de fondo es: ¿estamos los argentinos dispuestos a escuchar de una buena vez a un candidato que ponga sobre la oferta electoral un plan realista? ¿Para cuánto nivel de “verdad” estamos preparados?
En esto estamos, esto somos hoy. Las posibilidades de que llegue una fuerza ajena a todo lo conocido con alguna oportunidad es algo muy difícil, salvo alguna especie de milagro —ojo, estamos en Argentina, y los milagros caen de los árboles así que nada se descarta— o que simplemente vayan todos presos y no quede más que tomar el poder por concurso o por sorteo. Lo cierto, o al menos lo más probable, es que una tercera fuerza peronista —encarnada por los antedichos, unidos y organizados, nombres más, nombres menos— se presente con altísimas posibilidades de acceder a la presidencia —incluso cuando, paradójicamente, estos candidatos perdieron en sus distritos en las últimas elecciones—. Pero, aun cuando sus adversarios sean dos fuerzas muy, muy golpeadas, con techos muy bajos del electorado, no le alcanzará a esta ¿opción, propuesta, fuerza? con hablarle solo a un sector en su idioma, decirle lo que espera, porque entre lo que espera está también lo complejo, la perplejidad, el enojo, y un montón de dudas, así que habrá que jugar con las cartas de todos, sin salpicarse con la sangre de los otros, pero sin eludir la discusión, sin dejar de ofrecer la cara a los cachetazos, sin olvidar el registro. Y, entre tanto, otra vez, definirse, revisar qué dicen cuando dicen peronismo para convencer a todos los que escuchan ese término y huyen sin más.
Steve Jobs decía que si un producto propio ha de ser canibalizado, mejor sería que fuera canibalizado por uno mismo. Sabemos que nos van a atacar, mejor entonces ser nosotros quienes primero desliguemos al otro del discurso y asumamos sus argumentos pudiendo darles el marco más conveniente, evitándonos así la respuesta posterior y, tal vez sobre todo, la sorpresa en nuestro electorado, la desilusión: poder decir entonces “todo esto es cierto, y lo es de esta manera, partamos desde acá”.
Para finalizar, una breve mención a una cuarta fuerza, la izquierda. Vale preguntarse qué pasaría si pudieran todas las fuerzas de izquierda definirse dentro de, también, un significante con tantos significados, si pudiera hacer ese recorte, decir de entre todo esto somos esto, y que ese “esto” sea real, aprehensible, accesible para una inmensa masa de votantes que nunca los ha tenido en cuenta. La izquierda carga con ejemplos muy complejos en otras latitudes y en otras épocas, pero a la vez no deja de ser cierto que nunca tuvieron una oportunidad en nuestro país, y al menos no podemos cargarlos con la culpa de solo existir cayendo.
Escritor, editor y crítico; consultor literario; dicta talleres de lecto escritura; y es profesor de Literatura en el secundario. Actualmente se desempeña también como director de www.engerundio.com.
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