Algunos de los efectos positivos de una semana laboral de 4 días según la ONU incluyen el mejoramiento de la salud pública porque es evidente que muchas enfermedades tienen que ver con horas extras o el stress y la exigencia del trabajo, podría crear también una mayor cantidad de puestos de trabajo, podría ayudar a bajar la contaminación y combatir el cambio climático y por último nos haría sustantivamente más productivos porque cuanto menos trabajemos más productivos somos. Por otra parte hay quiénes también sugieren que promovería el turismo al tener fines de semanas de tres días y por lo tanto el viajar nos haría más felices. Obviamente esta reducción tiene que ser sin ningún tipo de reducción salarial, es decir, trabajar menos pero seguir cobrando lo mismo.
En Nueva Zelanda la empresa Perpetual Guardian ha implementado semana laboral de 4 días – sin bajar sueldos – y ha sido sumamente exitosa.
Es muy conocida la predicción de John Keyner de 1930 respecto a que en el 2030 la jornada laboral serían apenas unas 15 horas semanales. Es que en el fondo la discusión de Keynes era en ese entonces una cuestión de sentido común. A lo largo de la historia de la humanidad la jornada laboral ha ido modificándose: de trabajar de sol a sol a imponer el domingo como día de descanso, de las primeras agotadoras jornadas de la revolución industrial a los derechos laborales y el estado de bienestar, etc. En suma, el economista inglés había visto una progresión: a medida que la productividad aumentaba, esa plusvalía o ganancia se repartía entre los empresarios – el capital – y los trabajadores. Para poner un ejemplo sencillo: si antes tomaba 10 horas producir un calzado y ahora en 10 horas hacíamos 10 calzados ese aumento de productividad debería apropiarse colectivamente, fundamentalmente porque es un mérito colectivo. En estos tiempos de inteligencia colectiva e inteligencia artificial, esto último debería ser evidente. Bueno, hace cien año que la humanidad no discute la jornada laboral, es hora de hacerlo.
Para poner un ejemplo sencillo: si antes tomaba 10 horas producir un calzado y ahora en 10 horas hacíamos 10 calzados ese aumento de productividad debería apropiarse colectivamente, fundamentalmente porque es un mérito colectivo.
La discusión crece en todo el mundo. En Alemania el sindicato metalúrgico – uno de los más importantes del mundo – ha planteado esta discusión y ganado la batalla con la patronal. El gobierno de Japón es otro de los que promueve este tipo de semana laboral para equilibrar la vida laboral con la vida familiar. «Deberíamos trabajar para vivir, no vivir para trabajar», ha afirmado el nuevo líder del Partido Laborista inglés mientras defienda la idea de una semana laboral de 4 días y unas 32 horas semanales. En Nueva Zelanda la empresa Perpetual Guardian ha implementado semana laboral de 4 días – sin bajar sueldos – y ha sido sumamente exitosa.
Algunos de los problemas son aquellos vinculados a la implementación. Es imprescindible que sea colectiva para no perder competitividad al hacerlo unilateralmente, es obvio además que no debería resentir los sueldos de ninguna manera. Esto último hay quiénes creen que requiere una reforma profunda del sistema previsional, otorgar un Ingreso Básico Universal de forma de que nadie esté obligado a aceptar empleos mal pagados. En definitiva los problemas existen, pero a lo largo de la historia el mundo ha visto readaptar sus costumbres – en muchas ocasiones a favor de las mayorías – y más allá de los tiempos y procesos de adaptación nada es imposible si el estado tiene la voluntad política de hacerlo. ¿No será momento de cuestionar nuestros sistema de producción y socializar de forma más justa los beneficios de la tecnología?
Es músico y escritor. Se me ha perdido una canción (2011), Mis canciones (2014) y Seré canción entonces… (2018) son sus tres discos. Ha publicado también la novela Una tumba sin nombre (2012) y el ensayo Renta Básica Universal: Por qué y cómo terminar para siempre con la pobreza. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad Austral, Argentina), Master en Acción Política y Participación Ciudadana (Universidad del Rey Juan Carlos, España) y Diplomado en Gestión Pública (Instituto Tecnológico de Monterrey, México). Es fundador, director y editor de la Revista Algoritmo.
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