La semana pasada renunció el ministro conservador Juha Sipilä con una clara autocrítica y un mensaje inequívoco en el que se declaró «tremendamente decepcionado» de no haber logrado implementar la serie de reformas para el sistema de salud y previsional finlandés que había prometido. En cuanto el gobierno finlandés anunció hace unos meses que suspendía la implementación de la segunda etapa de la renta básica cientos de voces se apuraron a anunciar el fracaso de la experiencia finlandesa en una equivocada lectura del proceso, de los resultados anunciados y en la confusión profunda de lo que significan los programas de ingresos básicos universales. Es más, al contrario de lo que se ha dicho, la experiencia finlandesa – así como la canadiense también suspendida – apoyarían más la viabilidad de la idea que su suspensión.
Lo primero que tenemos que entender es qué significa un programa de ingreso básica universal y que no. La renta básica no es una política de desarrollo social ni un seguro de desempleo. En todo caso se parece mucho a una política de seguridad social es decir, un derecho que se otorga sin ningún tipo de contraprestación o condicionalidad a todos los ciudadanos por igual. He aquí la primera diferencia con la primer etapa del programa finlandés, pero para entenderlo bien hagamos un poco de historia.
El primer ministro conservador Juha Sipilä decidió tomar una de las ideas propuestas por un think tank e intentar un experimento de renta básica. Sin embargo, la primera aclaración consistió justamente en decir que por varias razones, esto no era una renta básica fundamentalmente porque: se otorgaría sólo a desempleados, el monto sería inferior a la línea de la pobreza y se permitiría que la gente siguiese cobrando otro tipo de planes. El experimento empezaría en esta población objetivo para extenderse en una segunda etapa en otro tipo de beneficiarios. Lo interesante de esa segunda etapa – que fue suspendida – tenía que ver con que permitiría observar con mayor proyección y claridad qué tipo de impacto este tipo de política tendría en un espectro mayor, poblaciones no acostumbradas a recibir esos montos o con emprendimientos propios, etc. Lamentablemente esta segunda etapa se suspendió.
La renta básica no es una política de desarrollo social ni un seguro de desempleo. En todo caso se parece mucho a una política de seguridad social es decir, un derecho que se otorga sin ningún tipo de contraprestación o condicionalidad a todos los ciudadanos por igual.
¿Cuáles fueron los resultados obtenidos por esta primera etapa del programa? En primer lugar una clara mejora en los indicadores de salud mental, es decir que cuando la gente tiene garantizada la subsistencia sus niveles de stress bajan. La segunda conclusión afirmó que esta política no contribuía a que la gente buscara más empleo. Esto último – el argumento utilizado para suspender el experimento – es una contradicción en sí misma. No sólo porque la Renta Básica no es un seguro de desempleo sino porque no se dice qué fue lo que los beneficiarios hicieron por ejemplo: emprender, estudiar una carrera, cuidar un ser querido en situación de fragilidad o cualquier otra cosa que se supone que los beneficiarios hicieron. Este tipo de indicadores es los que hay que evaluar y mensurar para ver la conveniencia o no de aplicar esta política.
Imaginemos un mundo en el que la subsistencia de todos está garantizada. El historiador holandés Rutger Bregman ha escrito: «Se dice que la pobreza es el resultado de una falta de carácter cuando en realidad es la falta de efectivo». En esa sociedad – que reconoce los llamados trabajos domésticos o no retribuidos como el cuidado de personas – todos tienen la posibilidad de desarrollarse en lo que quieren – estudiar la carrera de sus sueños -, emprender un proyecto, desarrollar una vocación artística o ayudar a los demás a través del voluntariado. Pareciera ser una utopía imposible. En 1925 no había pensiones en ningún estado de los Estados Unidos, los mayores eran abandonados a su suerte, diez años más tarde el sistema de seguridad era nacional, en el medio había sucedido la decisión política.
El historiador holandés Rutger Bregman ha escrito: «Se dice que la pobreza es el resultado de una falta de carácter cuando en realidad es la falta de efectivo»
Mientras el gobierno finlandés renunció por su incompetencia la experiencia de la Renta Básica Universal avanza a nivel mundial, y todos los meses hay nuevos proyectos – Kenya, Italia, India – y resultados que animan a pensar en ella como una política pública viable, que reemplace el maltrecho sistema de seguridad social mundial gravando a quiénes más tienen y concentran cada vez más la riqueza – 26 personas concentran la mitad de la riqueza mundial – y permitiendo equilibrar un mundo en el que los empleos conocidos desaparecen y son reemplazados por empleos de baja calidad.
Es músico y escritor. Se me ha perdido una canción (2011), Mis canciones (2014) y Seré canción entonces… (2018) son sus tres discos. Ha publicado también la novela Una tumba sin nombre (2012) y el ensayo Renta Básica Universal: Por qué y cómo terminar para siempre con la pobreza. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad Austral, Argentina), Master en Acción Política y Participación Ciudadana (Universidad del Rey Juan Carlos, España) y Diplomado en Gestión Pública (Instituto Tecnológico de Monterrey, México). Es fundador, director y editor de la Revista Algoritmo.
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