En la base de muchas de las dificultades que tenemos como país para encontrar un rumbo y salir adelante está la falta de confianza que tenemos en nosotros. Y digo nosotros porque es un nosotros comprendido en eso que nos organiza: el Estado argentino. No hace falta enumerar las razones por las que los argentinos no creemos en el estado argentino. Es decir, en eso que nos organiza jurídicamente, que nos da un lugar en el concierto de las naciones, que nos da la identidad y la bandera.
No confiamos ni en nuestra moneda, ni en nuestro sistema impositivo, ni en nuestra capacidad de brindar seguridad, ni educación, ni siquiera creemos que puede ser la llave para que nos desarrollemos. No confiamos en nuestros políticos, que son quienes deben conducir ese todo organizado que somos.
El mundo está en una crisis inédita. No importa si la inteligencia, la prospectiva o la academia la anticipara. Nos pilló igual a todos distraídos en otras urgencias. Y el virus se coló desnudándolo todo, pero sobre todo las capacidades que como humanidad nos dimos para afrontar algo que creíamos que sabíamos cómo “controlar”, un virus. La Argentina participa de esa incertidumbre y vulnerabilidad. Nadie sabe qué priorizar, ni cómo, ni en qué tiempos. Hoy vemos fotos, todavía no conocemos cómo termina esto en cada país y sociedad.
Pero podemos vislumbrar que las sociedades que confían en su Estado y en su conducción dan respuestas más efectivas. En Argentina, una sociedad rica en organizaciones intermedias y en organizar la parcialidad de los intereses sectoriales y convencida como pocos de sus derechos –reconocidos incluso por un débil cumplimiento de la ley–, esta desconfianza queda más al desnudo.
En este contexto de desconfianza, la política es para lo sociedad un ruido incómodo. Una orquesta que toca en la cubierta del Titanic. Completamente desalineado con el acontecer diario de cada argentina y argentino. Solo el grupo más informado y politizado acompaña esa contienda de pocos. Algunos y algunas tomando partido e incrementado esas desconfianzas. Y aunque hay líderes locales, dirigentes barriales o incluso funcionarios y funcionarias municipales, provinciales y hasta nacionales que hacen diferencia, lo que se amplifica y tiene mella en la decisión política es un obsceno empeño en incrementar la desconfianza.
La ficción parece más liviana que la realidad: el Congreso sesionando con presentes no presentes, gana la discusión y el circo….; tomas de tierras que gritan la necesidad de algunos y algunas argentinas, violando claro los derechos de otros y otras….y la dirigencia y los barras de siempre jugando con ambos; policías manifestando con dirigencia difusa, expresión de una sociedad empoderada que se manifiesta en un gremio -perdón, sector-, que el Gobierno no controla, autoridad institucional y política local ausentes y la intervención del Ejecutivo Nacional que resuelve donde está mas seguro, en la grieta, y rompiendo algo que había empezado a generar algo de confianza, dando espacio a los facciosos, provocando que ganen los fanáticos de ambos lados recitando sus bibliotecas; y la última en el patio regional, queriendo jugar la ficha de la región desde un bando, como si se pudiera integrar desintegrando. Ahí siempre ganan los poderosos, y tendremos el banco regional conducido por un funcionario de EE.UU. solo porque queremos unir desde la facción. A ningún país le interesa la región, ergo no hay región.
Y las facciones cobran vida en las policías, en las gobernaciones, en las instituciones, en la política y los argentinos y argentinas de todos los días hundidos en la incertidumbre de no saber cuál es la señal, para dónde vamos.
Quizás lo más preocupante de la asonada policial es la muestra de una sociedad sin límites a la hora de lastimarnos y desprestigiarnos. Nadie estuvo a la altura. Cualquiera que enciende una mecha hoy es nafta para los que están esperando dividir y desprestigiar. Habría allí quienes están desesperados, y quienes aprovechan la desesperación para jugar a la política. Tantos y tantas policías ponen todo el día en riesgo su persona y su familia porque creen en la vocación pública de su profesión. Sin embargo, gana siempre lo que desprestigia su función y vocación. Y un reclamo que se expresa de una manera peligrosa y se resuelve de manera facciosa. ¿Cómo se construye confianza? Se abrió la puerta a nuevos reclamos, se quebró lo que nos daba esperanzas, cantan victoria los facciosos de siempre.
En espacios académicos y no gubernamentales, actores y referentes se juntan y expresan la necesidad de acordar políticas de estado, de planificar, de tomar decisiones con los involucrados, de priorizar a los que están afuera de manera efectiva, dándoles trabajo y educación….pero no permiten las decisiones políticas. Se toman entre pocos. No es salteando leyes e instituciones que regeneraremos confianza. Ni armando leyes nuevas que no contengan a todos. Cuando un dirigente toma partido en la contienda, se olvida que hay una urgencia que nos compete a todos. Cuando lo hace dañando a una parte de ese todos, lesiona lo único que nos devolverá la posibilidad de salida, que es la confianza.
Argentina parecería haber consolidado un sistema político con dos coaliciones. Pero requiere antes que reconocer las diferencias, afirmar las coincidencias. Sobre todo para actuar en dos direcciones: por un lado para formular políticas que den respuestas a casi la mitad de la población que está cayéndose del sistema; y por el otro, generar las condiciones para que todos quieran apostar en el país y ayudar a sacar de la pobreza a sus hermanos. El asunto no es castigar, sino seducir, generar confianza, hacer creíble lo que hoy nadie cree. Para eso hay que hacer participar a la sociedad y a todos los actores. Necesitamos que los dirigentes confíen en sus sociedades porque es la primer premisa para que ellas confíen en ellos.
¿Quiénes pueden reparar las heridas que cada día nos ocupamos de profundizar? Venimos clamando por la consolidación de consensos que definan rumbo y nos inviten a caminar juntos hacia un futuro mejor. Que alguien se anime a jugar la unidad en serio, porque si siguen ganando los facciosos, el destino es desintegrarnos, o desarraigarnos. Y todavía hay argentinas y argentinos que queremos confiar.
Es Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica Argentina. Realizó una Maestría en Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO). Especialista en seguridad internacional, defensa e inteligencia, dicta la Cátedra de Estrategia y Seguridad Internacional en la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA y Introducción a la Teoría de Relaciones Internacionales de la Universidad Austral. Ha sido Directora Nacional de Inteligencia Estratégica Militar del Ministerio de Defensa de la Nación y actualmente es Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.
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