La escultura vasca ha sido históricamente un arte de materia, de peso, de forma contundente y evocadora. Desde los ecos telúricos de Jorge Oteiza hasta la monumentalidad silenciosa de Eduardo Chillida, este lenguaje artístico ha forjado una identidad cultural que trasciende fronteras. Hoy, en el siglo XXI, esa tradición encuentra una nueva voz en Patxi Xabier Lezama, escultor vasco que conjuga el alma del oficio con el pulso del futuro, y que ha sabido introducir la inteligencia artificial en el corazón de su proceso creativo.
Tras participar en prestigiosos escenarios internacionales como Exhibition Open Art & AOL de Nueva York, Red Dot Miami, ArtExpo New York, la Feria Internacional de Arte Metaverso, el Congreso Mundial de Arte y Cultura (COMAC), El Barrio’s Artspace y la Spanish Benevolent Society Gallery (La Nacional) —institución histórica por donde pasaron figuras como Picasso, Dalí o Federico García Lorca—, Lezama se consolida como una figura que representa la evolución natural de la escultura vasca en un entorno cada vez más digital y expandido.
La escultura vasca, entre la forja y el código
Lezama no abandona el legado del País Vasco; lo transporta, lo reinterpreta y lo reinventa. Su obra parte del hierro, de la materia, del contacto físico con el entorno, pero se amplía mediante el uso de algoritmos generativos, modelado 3D e inteligencia artificial. Así, crea esculturas que no podrían existir sin la tecnología, pero que conservan la textura, el alma y la intención del trabajo manual.
En lugar de elegir entre lo ancestral y lo contemporáneo, Lezama los fusiona. Cada escultura suya es el resultado de una coreografía entre lo tangible y lo digital: una danza entre el cincel y el dato, entre el gesto humano y la precisión matemática. Su lenguaje escultórico se mueve con libertad en ambos mundos, explorando formas que emergen de ecuaciones tanto como de emociones.
Arte que piensa, siente y se transforma
Una de las innovaciones más potentes en la obra de Lezama es la incorporación de la inteligencia artificial como mecanismo de interacción. Algunas de sus piezas no son objetos estáticos, sino entidades sensibles al entorno: reaccionan al paso del público, a cambios lumínicos, a sonidos, e incluso a datos en tiempo real.
Estas esculturas vivas e inteligentes transforman la experiencia del espectador en una relación dinámica. Ya no se trata solo de mirar, sino de dialogar con la obra, de descubrir su comportamiento, su lógica y su reacción. Es arte que piensa, que responde y que se adapta. Lezama invita a un nuevo tipo de contemplación, en el que el espectador es parte del proceso creativo.
Precisión, eficiencia y sostenibilidad
El uso de la IA no solo le permite expandir la estética y la narrativa de sus obras, sino también optimizar su producción. Gracias a simulaciones estructurales, cálculos precisos y automatización de procesos, Lezama consigue esculturas más eficientes, resistentes y sostenibles.
Esto se traduce en una práctica consciente del impacto ambiental, con menor desperdicio de materiales y un diseño más inteligente, capaz de adaptarse tanto a espacios naturales como urbanos o institucionales. La tecnología no es un fin, sino un medio para crear mejor, con más responsabilidad y visión de futuro.
Democratizar el arte escultórico
Lejos de reservar la tecnología como privilegio de unos pocos, Lezama la convierte en herramienta de democratización creativa. Mediante procesos abiertos, talleres colaborativos y plataformas digitales, promueve que personas sin formación artística puedan experimentar con el volumen, la forma y el espacio.
Para él, la escultura no debe ser un arte de élites, sino un lenguaje compartido, una vía de expresión accesible. En este sentido, su trabajo es también una forma de activismo cultural: rompe las barreras entre artista y espectador, entre creación y contemplación.
Un escultor entre siglos
Patxi Xabier Lezama es un escultor del presente con raíces profundas en el pasado y una mirada proyectada hacia el mañana. Su propuesta artística no es una renuncia a la tradición, sino una evolución natural de ella. Como los grandes maestros que lo precedieron, trabaja con la densidad de la materia; pero también con la levedad del dato, con la inteligencia invisible de los sistemas que nos rodean.
En sus manos, la escultura vasca no se diluye en la tecnología, sino que se potencia. Lezama talla el tiempo no solo en piedra o metal, sino en código, en interacción, en transformación. Su obra no es solo arte para ver, sino para habitar, para sentir, para pensar.
En una época donde la inteligencia artificial redefine los límites de la creación, Patxi Xabier Lezama demuestra que el arte sigue siendo un acto profundamente humano —aunque se geste entre algoritmos—. Y que la tradición, lejos de ser un ancla, puede ser también un trampolín hacia formas inéditas de belleza y significado.
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