Desde el año 2008, fecha que se asume explotó la crisis financiera global, que hizo metástasis en la economía real y acompañó otros desequilibrios crónicos (alimentario, ambiental, social militar, de gobernanza, violencia civil, cultural, valores, creencias…), el mundo sigue sumergido en un prolongado estancamiento.
Si nos atenemos a las proyecciones que realizan los analistas desvinculados de intencionalidad maliciosa, las perspectivas no son alentadoras.
En el control de la situación, desde hace ocho años, se encuentran los fanáticos veladores del equilibrio fiscal, que promovieron prácticas de ajustes tanto en los países desarrollados como en sus súbditos, ya sean emergentes o desahuciados. Todo esto manejado eficazmente por los socios mediáticos que convierten los aprietes de cinturón en un mal necesario para ganar el cielo después, algo así como el conocido «estamos mal, pero vamos bien».
El mundo lleva nueve años siguiendo esas prácticas con el resultado de una continua retracción de la economía y una consecuente pérdida de empleos genuinos. Todos sabemos que, en un estado de depresión generalizada, las aplicaciones de planes de austeridad sólo pueden llevar a aumentar la cota del precipicio. El principio de que las medidas de moderación fiscal generarán la confianza necesaria y suficiente para recuperar el equilibrio es absolutamente falso. En algunos casos se lograr confundir a los ciudadanos con derrames que nunca llegan, inversiones que no se realizan y milagros de todo tipo. Los mensajes políticos parecen lecciones de autoayuda y apelaciones a la fe, la confianza y la credibilidad, astutamente maquillados por expertos en marketing y medios de comunicación cuasi monopólicos. Pero la única verdad es la realidad y ésta muestra la persistencia aumento de la situación crítica, de hecho. Hoy se está cada vez más lejos de los niveles de consumo y otros niveles económicos fundamentales. Mientras, se va cocinando a fuego lento un malestar generalizado de gargantas sedientas.
Veamos los mensajes que se esgrimen para aplacar las críticas y exigencias de la comunidad.
La más a mano es amplificar los desaciertos del pasado para ocultar los yerros intencionados del presente. El segundo es que los procesos de saneamiento o sinceramiento como les gusta denominarlos, dan resultados a largo plazo, haciendo un llamado a esperar llegar a la tierra prometida que es como el horizonte que siempre está lejos cuando uno avanza geográfica o temporalmente.
Hoy se está cada vez más lejos de los niveles de consumo y otros niveles económicos fundamentales. Mientras, se va cocinando a fuego lento un malestar generalizado de gargantas sedientas.
El otro punto es apelar a la disciplina fiscal, etiquetando de irresponsables a aquellos gobiernos que se arriesguen a practicar políticas que promuevan la inclusión y la seguridad social. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos absurdamente neo-liberales han aumentado el gasto en favor de las corporaciones más poderosas a las que paralelamente le perdonan impuestos y deudas con el fisco. Y allí encontramos un tema de fondo. Todo tipo de ajuste, incluso los que se suponen equitativos, no afectan igual a las diferentes alturas de la pirámide de ingreso. Los de abajo son, lisa y llanamente, desterrados socialmente y sumergidos en la más profunda pobreza. Afectar con sus actos la vida y la salud física, moral, social o económica de los ciudadanos no es una actitud democrática ni ética, es avasallar desde el Estado a los derechos humanos. Ni siquiera la promesa de un futuro mejor justifica sumergir en la miseria a un solo ser humano.
Como contrapartida, la voz del Papa Francisco eleva su clamor por la paz y la inclusión de los postergados por el sistema. Los beneficiarios del orden actual acusan al prelado de incursionar en política («el Papa sólo debe promover la fe»). Para los católicos, ayudar a los pobres es un requisito para la salvación. Jesús le dijo al rico: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres» (Marcos 10:21). En el evangelio de Mateo (Mateo 19:24) dice que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos». No hay una frase que represente mejor la inclusión que «antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a los pobres, mancos, cojos, ciegos…» (Lucas 14:13). Cómo se puede ser un líder religioso negando lo que promueve su propia religión, como abstraerse de la obligación de incitar a quienes tienen poder en la tierra a que impulsen políticas de erradicación de la pobreza. Pablo en su Segunda Epístola a los Corintios, proponía que los más afortunados compartieran con los más necesitados: «Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad». Tomás de Aquino hizo hincapié en la redistribución de la riqueza al afirmar que «los bienes superfluos son debidos por derecho natural al sostenimiento de los pobres» (superfluo es aquellos que se posee en cantidad superior a la necesaria para satisfacer las necesidades de nuestra familia) y hasta llega al arrebato de decir que «el usar de la cosa ajena ocultamente sustraída en caso de extrema necesidad no tiene razón de hurto propiamente hablando, puesto que por tal necesidad se hace suyo lo que uno sustrae para sustentar su propia vida».
La erradicación de la pobreza es una cuestión de principio moral que sólo se ejecuta a través de acciones políticas.
Otra Santidad que pisa la tierra, el Dalai Lama, suele debatir ideas económicas en los famosos encuentros de «Mind and Life Institute». Algunas de ellas las pueden encontrar en el libro «La Fuerza para el Bien: La Visión del Dalai Lama para nuestro mundo», escrito por su amigo Daniel Goleman, donde dedica un capítulo completo a su visión económica el cual denominó: «Una economía como la gente importase». La crítica de Su Santidad al capitalismo radica en su carencia de perspectiva moral compasiva, búsqueda obsesiva de rentabilidad material, egocentrismo, desentendimiento del bienestar de la humanidad y del cuidado del hábitat. Le resulta inadmisible que alguien defienda a un sistema que premia la codicia, ignora los costes de la avaricia y es indiferente a la presencia de carenciados en la sociedad. En su filosofía la riqueza acumulada es de la sociedad y no de un individuo particular, aunque reconoce que los «negocios» son la fuerza más potente a la hora de moldear la vida porque su poder supera en la práctica al de las religiones y al Estado. Por ello convoca a tomar conciencia de lo absurdo de la inequidad y las prácticas que agreden el ambiente. «No se trata de corto o largo plazo. Necesitamos de ambas cosas. Pero existe un interés demasiado obsesivo en el corto plazo a expensas de consecuencias de largo plazo».
El Dalai Lama, ha manifestado su reconocimiento a la «dimensión moral» que posee el pensamiento marxista en materia económica, especialmente por el énfasis que tiene en alcanzar una distribución más igualitaria de los bienes, principio moral activo del cual carece el capitalismo. Cree que el Socialismo nunca se ha practicado como fuera concebido por sus mentores. Por eso es un contundente crítico de los experimentos populistas que sólo instauraron una forma diferente de corrupción y egoísmo. Y sostiene que no se alcanzará un cambio profundo que permita transformar y hacer virtuoso los sistemas si no se transforman previamente los valores morales de las personas. Su propuesta es un orden económico de equilibrio entre libertad y altruismo, alejado de los males de la sobre-regulación estatal (populismo) y la extrema desigualdad que produce el mercado (neo-liberalismo). Una economía compasiva debe combinar el espíritu emprendedor con un sistema sólido de asistencia social e impuesto a la riqueza. El espíritu moral de un sistema económico, no debe ser la rentabilidad ni la eficiencia, sino la creación de oportunidades para los que más necesitan. La prosperidad humana requiere de justicia y acción compasiva en beneficios de todos. Ante la generación de nuevos multimillonarios por la creciente brecha de la desigualdad, el Dalai Lama le preguntó a su traductor Thupten Jinpa:» Para que alguien quiere tener tanto dinero?, si después de todos sólo tienes un estómago.» EL 2 de Julio del año 2000 participó del festival Folklife en Washington DC y en medio de una avalancha de aplausos, dijo: «Esta es la capital de la Nación del País más rico del mundo, pero en algunas secciones de esta sociedad las personas son muy, muy pobres. Esto está mal, no sólo moralmente sino también a nivel práctico…hay que cerrar el abismo entre los ricos y los pobres».
Voy a completar con una anécdota de Mencio, un filósofo chino seguidor de Confucio. Habiendo nacido en el año 370 AC en una tierra donde las tradiciones están muy ligadas a las religiones dhármicas, las cuales son muy distintas a las de las religiones abrahámica, cuenta que en una visita que hizo al Rey Hui de Liang le dijo: tu pueblo se muere de hambre por los caminos y eres incapaz de abrir los graneros públicos para evitarlo, sólo te limitas a exclamar «no es culpa mía, es culpa de la esterilidad de la tierra», pero eso es igual que quien después de atravesar a otro con su espada dijese «no he sido yo quien le ha causado la muerte, ha sido mi espada».
Vale la pena, entonces, preguntarnos si los preceptos que promueve la fe católica, cristiana, judía, musulmana, budista, mahometana, etc. etc. no tienen fundamento político. ¿Qué entienden por Política los defensores de la austeridad? La erradicación de la pobreza es una cuestión de principio moral que sólo se ejecuta a través de acciones políticas. Y ello involucra a toda la clase dirigente, a los religiosos, a los políticos, economistas, empresarios, científicos, artistas…
Lisandro Cleri es economista. Actualmente es Subdirector Ejecutivo de Operaciones del Fondo de Garantía y sustentabilidad en ANSES. Fue Titular de la Unidad de Gestión de la Sostenibilidad de la Deuda Publica Externa
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