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Consideraciones de la ética ante la revolución de la tecnología

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Veamos el siguiente dilema ético que presentan las nuevas tecnologías: si un automóvil autónomo -sin chofer- detecta una colisión inminente en la autopista por la que circula, tal vez pueda salvar a sus ocupantes, pero invadiendo una vereda por la que transita un grupo de personas, que podrían morir tras la maniobra: ¿qué vida debe priorizarse en caso de accidente? ¿Cómo programar a los autos para que tomen la decisión correcta, dadas las circunstancias de ese momento, o aquella decisión que suponga el menor daño posible para la comunidad en general-?

Esto será para algunos un juego mental con pocas consecuencias en la vida cotidiana, pero en sólo diez años –cuando los automóviles autónomos ya estén circulando por nuestras calles- el dilema planteado será aún más acuciante.

Se puede llegar a la conclusión de que los creadores de estas máquinas son los responsabilizarse por cada accidente, pero ¿quiénes son los creadores? La tecnología avanza y el futuro, desde hace mucho tiempo atrás es simplemente algo que «sucede». Y salva vidas. Una de las razones por las que las grandes empresas como Ford y General Motors han invertido cifras millonarias en estas tecnologías es para evitar las muertes por error humano, que son una cifra muy alta en todo el mundo. No podemos negar el carácter irremediable de los cambios tecnológicos, su tendencia inevitable a introducir en la vida cotidiana todas las innovaciones que sean necesarias para que los sistemas que habitamos –o por los que somos habitados- sean más eficientes.

Es cierto que los ejecutivos de la Boeing son de algún modo responsables si la falla en alguno de sus aviones produce accidentes fatales. Pero ni uno, ni diez, ni mil accidentes detendrán a la industria aeronáutica. De más está decir: esto se replica en todos los campos de la actividad humana.

Lidiar con este tipo de interrogantes éticos que plantea el uso de la tecnología va a ser moneda corriente en esta revolución tecnológica. Nos acostumbramos a aceptar que los cambios de paradigma en este terreno son veloces, pero en el último lustro ya no son veloces sino exponenciales. Estamos ante un punto de no retorno en el que es inviable plantearse una vida sin objetos programados y programables, sin drones y sin robots que lleven a cabo de manera eficiente las tareas rutinarias. La tecnología está aquí para quedarse, y ahora sólo podemos encontrar un remedio para los nuevos problemas que plantea su existencia.

Es cierto que los ejecutivos de la Boeing son de algún modo responsables si la falla en alguno de sus aviones produce accidentes fatales. Pero ni uno, ni diez, ni mil accidentes detendrán a la industria aeronáutica. De más está decir: esto se replica en todos los campos de la actividad humana.

¿Esto quiere decir que somos rehenes de las máquinas, y que, como en las viejas distopías sobre científicos locos de los comics japoneses, estamos a merced de un grupo de iluminados que lo decide todo por nosotros? De ninguna manera. Hecha la trampa, restituida la ley: Google y su algoritmo pueden encapsularnos en lo que sus cálculos han conjeturado de antemano sobre nosotros, pero otros sectores de la sociedad ya están tomando cartas en el asunto, y las voces disconformes ya se hacen oír. Tenemos otro ejemplo válido en las tecnologías para el control y la transferencia del ADN, que constituyen un peligro evidente si la manipulación genética está fuera de control, pero está comprobado que la comunidad científica no es indiferente al problema. Ya ha enfrentado peligros más acuciantes en su seno, y todo indica que la humanidad puede seguir contando con ella.

Encontrar una respuesta al conjunto de estos dilemas en un simple párrafo sería trivializar la cuestión, pero dos palabras seguramente estarán presentes en la mesa de discusiones sobre estos desafíos: confianza y participación.

La primera nos ayudará a permanecer optimistas frente al vértigo de las transformaciones: nada sería peor que creer en una élite de malvados que planean esclavizarnos con sus robots a lo HAL 9000 -la temible computadora del clásico cinematográfico de Stanley Kubrick- o con experimentos sociales cuyo alcance ni Orwell ni Huxley pudieron pudieron anticipar.

Pero sin dudas la clave es la participación: no olvidemos que la crisis en la política se ha alimentado no sólo por la revolución tecnológica, sino por la falta de compromiso de los ciudadanos. No queremos abusar de las metáforas deportivas, pero insistimos: surf o no surf. La tecnología está cambiando el sistema legal, gubernamental y social, las relaciones entre padres e hijos, varones y mujeres y, por último pero no menos importante, nuestras percepciones filosóficas y morales, cuyos efectos producen cimbronazos hasta en las religiones organizadas. Hoy más que nunca la sociedad -nuestros contemporáneos- nos piden más participación.

Hablamos, por supuesto, de algo más que de ir a las urnas cada cuatro años, o expresar una opinión en las redes sociales. Hablamos de construir liderazgos –en política, en los sindicatos, en las organizaciones sociales, etc- para que la agenda que viven nuestros ciudadanos deje de ser del siglo pasado y haga frente, con audacia e imaginación, a los dilemas que hemos mencionado.

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Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.

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Fernando León
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Etiquetas: , , , , , , Last modified: 29 noviembre, 2018
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