La tecnología está transformando el mundo en un lugar más interesante, pero hay poco que podamos decir sobre el fenómeno: o enumeramos los cambios (Internet of Things, dispositivos inteligentes, Inteligencia Artificial, Data Mining, etc.) o repetimos hasta el hartazgo la remanida metáfora del surf: “súbete a la ola si no quieres quedar afuera”. Lo cierto es que los cambios son tantos, que hemos entrado en una especie de monotonía: aceptamos como normal que la tecnología esté haciendo magia a nuestro alrededor, y de una humanidad que huía aterrorizada ante la filmación de un tren que se aproxima –en el siglo XIX- pasamos a una que tal vez no se sorprenda demasiado –dentro de muy pocos años- ante la presencia de un taxi volador. El cambio tecnológico es la constante, y la descripción del fenómeno ya comienza a parecer reiterativa.
Hemos analizado los desafíos, uno por uno, en artículos anteriores, pero vale la pena subrayar aquello que subyace en todos ellos. Es en suma el desafío implícito que se nos plantea en la vida cotidiana a los que habitamos este siglo, los ciudadanos 4.0, y que es el siguiente: nosotros SOMOS esa nueva tecnología que hoy, para bien o para mal, viene a transformar nuestras vidas. En efecto, la respuesta más razonable ante la acción de estas nuevas tecnologías no consiste en adaptarse simplemente a la innovación disruptiva encogiéndose de hombros, como si la ciudadanía 4.0 sólo pudiera obedecer a un nuevo orden performativo, destinado a reemplazar las regulaciones actuales, el derecho y hasta el debate democrático. Lo puntualizamos en un artículo anterior, con un claro ejemplo: es falsa la dicotomía entre taxi y Uber. Lo nuevo no viene a arrasar con lo anterior, sino a proponer nuevas soluciones a viejas demandas.
Lo cierto es que los cambios son tantos, que hemos entrado en una especie de monotonía: aceptamos como normal que la tecnología esté haciendo magia a nuestro alrededor, y de una humanidad que huía aterrorizada ante la filmación de un tren que se aproxima –en el siglo XIX- pasamos a una que tal vez no se sorprenda demasiado –dentro de muy pocos años- ante la presencia de un taxi volador.
Esto ya ocurrió en todos los terrenos, no sólo en el caso del transporte público. Ocurre que las quejas de los fabricantes de casettes, de máquinas de escribir a tinta y de rollos fotográficos no llegaron a nosotros, o no había redes sociales para que sus voces llegaran a nosotros. No queremos recurrir a la cruel verdad, y volver a repetir que el cambio no puede detenerse. Debemos remarcar el aspecto positivo de la cuestión: todos nos beneficiamos, y a largo plazo, de aquellos cambios que mejoran la tecnología disponible (y tanto la tecnología de los casettes como el de las máquinas de escribir o los rollos de película probablemente eran, en su momento, la mejor tecnología disponible).
Es cierto, como dicen algunos analistas, que la confianza es crucial para que los cambios tecnológicos comiencen a beneficiar nuestras vidas: es precisamente en los países que no ponen palos en la rueda –aquellos que, como Estados Unidos, incentivan las nueva ideas, bajo el lema “si ninguna ley lo prohíbe, puedes hacerlo”- donde los cambios son palpables de manera inmediata. Pero no se trata simplemente de entregarnos, atados de pies y manos, a lo que una supuesta dictadura tecnológica nos esté obligando, sino más bien de recordarnos a nosotros mismos que ya somos –y siempre hemos sido- parte del proceso. No sólo cuando apoyamos con nuestros bolsillos el triunfo del CD sobre el vinilo –que hoy muchos lamentan- sino también con cada click que hacemos en nuestros dispositivos. Porque cabe recordar que toda tecnología se alimenta de las necesidades de sus usuarios: de hecho las grandes empresas como Facebook o Google responden casi sin intervención humana, a las tendencias con las que nosotros, con nuestras preferencias, vamos “corrigiendo”, por así decir, el funcionamiento del sistema.
Si pudieran hablar, tal vez las máquinas dirían: ¿y ahora te quejas de que la tecnología te obligue a dejar de hacer las cosas tal como las hacías? ¿Es ella la que te quiere quitar el trabajo o es el mismo proceso de cambio, que vos alimentás en todas tus decisiones cotidianas, el que ahora llama a tu puerta y te pide que seas más eficiente o des un paso al costado?
La visión tradicional que teníamos sobre “las máquinas” hoy da un vuelco inesperado: ni somos esclavos de HAL, un cerebro artificial que lo decide todo por nosotros ni tampoco somos nosotros los patrones de una constelación de robots que sólo ejecutan nuestras órdenes y nuestros caprichos. Hay una tercera posibilidad, que considero la que más se ajusta con nuestro presente: nosotros SOMOS ese cambio tecnológico. Nosotros hemos programado esas máquinas: los científicos, desde luego, como habitantes de esta misma realidad, con sus dilemas éticos, políticos, económicos, etc, pero también los “de a pie”, con el poder de nuestras decisiones, un poder que erróneamente se le atribuye a veces a los algoritmos. Este poder colectivo del proceso tecnológico no debe perderse nunca de vista: todos, con nuestro granito de arena, producimos los cambios a gran escala que constituyen el complejo mundo de hoy. La estadística del conjunto nunca deja de tener en cuenta a los datos, y aunque cueste imaginarlo, ese es el complejo mundo de hoy que hemos venido apoyando con nuestras decisiones –como ciudadanos, como usuarios o como consumidores-.
Si pudieran hablar, tal vez las máquinas dirían: ¿y ahora te quejas de que la tecnología te obligue a dejar de hacer las cosas tal como las hacías? ¿Es ella la que te quiere quitar el trabajo o es el mismo proceso de cambio, que vos alimentás en todas tus decisiones cotidianas, el que ahora llama a tu puerta y te pide que seas más eficiente o des un paso al costado?
Es hora de asumirlo sin temor y con la misma cuota de responsabilidad que tuvieron los ciudadanos de otros tiempos: parafraseando una célebre frase de Nelson Mandela, nosotros SOMOS el cambio que queremos.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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