Mirar el lado invisible de la brecha es poner luz y una lupa en los números que no leemos en ni los diarios, ni en los índices de los que tampoco habla ni el Banco Central, ni el noticiero de la mañana. Porque así como a la historia oficial (y patriarcal) la escriben los que “ganan” (y los varones), a la economía también la cuentan, miden y construyen ellos mismos.
Todos y todas escuchamos hablar de la economía de mercado, del mundo financiero, de la regalías de los recursos naturales y energías no renovables, de las empresas de servicios público ,-las que privatizan, estatizan y luego vuelven a privatizar-; algunos esquemas más innovadores como las sociedad mixtas, monedas alternativas, trueques, pero ¿quién nos habla de la economía del cuidado?
Según el gráfico que vas a leer abajo, el segundo pilar de la pirámide que sostiene la vida de los seres humanos en el mundo de hoy es el cuidado. Una variable callada y olvidada en los presupuestos de los estados, sin cuantificar en el PBI, pero también invisibilizada por nuestra sociedad, nuestra conciencia colectiva e incluso dentro de nuestras familias.
En la región, según datos que nos ofrece la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), los varones ganan en promedio un 19% más que las mujeres y el 55% de los puestos ocupados en la economía informal pertenecen a las mujeres. Pero a su vez, sabemos que son las mujeres quienes realizan de 3 a 5 veces más trabajo doméstico no remunerado que los varones.
En Argentina, 9 de cada 10 mujeres de 20 a 59 años dedican 46,6 horas al llamado “trabajo doméstico no remunerado” por semana, mientras que 6 de cada 10 varones lo hacen, dedicando sólo 24,5 hs según datos arrojados en 2013. Si comparamos estos números, con los de las mujeres de la misma edad que no tienen ingresos propios (es decir sin autonomía económica), las horas semanales dedicadas al trabajo doméstico no remunerado aumentan a 58,5, mientras que las de los varones en iguales condiciones, sólo ascienden a 28,6 semanales.
La situación es aún más preocupante en los/as adolescentes, sobre todo en aquellos que no estudian ni trabajan (los estigmatizados “NI-NI”), porque son las jóvenes de los hogares más pobres y vulnerables las que realizan el trabajo doméstico y las tareas de cuidado dentro de sus hogares, de modo no remunerado, para que sus madres lo hagan fuera de sus hogares de modo remunerado. Y la brecha comienza a ensancharse y a hacerse más perversa.
Las preguntas que necesitamos como sociedad son quién cuida de los hijos/as de las mujeres que cuidan de nuestros hijos/as, cuál es la oferta pública de cuidado que tienen quienes viven en zonas periféricas y marginales, por qué son las mujeres quienes tienen menos tiempo ocioso, de esparcimiento o recreación, por qué a medida que disminuyen las posibilidad económicas o de acceso, disminuye también la oportunidad de salir a trabajar y dejar a nuestros hijos/as en guarderías, por qué es más importante que el gasista sea matriculado a que las/os trabajadoras/es del cuidado estén certificados e incorporados en un registro que jerarquice la tarea. Estas preguntas, y sus respuestas, son necesarias para generar conciencia y cambiar la historia.
En Argentina, 9 de cada 10 mujeres de 20 a 59 años dedican 46,6 horas al llamado “trabajo doméstico no remunerado” por semana, mientras que 6 de cada 10 varones lo hacen, dedicando sólo 24,5 hs según datos arrojados en 2013.
El rol del Estado
El punto de partida es la visibilización, reconocimiento y legitimación de la actividad del cuidado como un trabajo; dado que es desarrollada por las mujeres detrás de escena, como un rol natural, vinculado al afecto o al deber ser, produciendo y reproduciendo desigualdad de oportunidades y de desarrollo.
El Estado debe estar a la vanguardia e impulsar acciones que lleven a una distribución social más justa y equitativa del cuidado entre varones y mujeres. Es fundamental el desarrollo de estrategias para la provisión y la gestión integral y articulada de estos servicios. Un plan destinado tanto a lo simbólico, para impulsar un cambio cultural hacia la corresponsabilidad, sino también a lo normativo y la gestión, enfocado en áreas de gobierno que competen a la seguridad social, la salud, la educación,
Reconocer el cuidado como un derecho es comenzar a mirar el problema desde otro ángulo. Esto tendrá como consecuencia y tendrá como consecuencia pensar la política pública de cuidado en términos de los Derechos Humanos de las mujeres.
La situación es aún más preocupante en los/as adolescentes, sobre todo en aquellos que no estudian ni trabajan (los estigmatizados “NI-NI”), porque son las jóvenes de los hogares más pobres y vulnerables las que realizan el trabajo doméstico y las tareas de cuidado dentro de sus hogares, de modo no remunerado, para que sus madres lo hagan fuera de sus hogares de modo remunerado. Y la brecha comienza a ensancharse y a hacerse más perversa.
¿Cómo es una política pública de cuidado pensada en esos términos, destinada a los trabajadores, los niños y las niñas, las personas con discapacidad, los adultos mayores y las personas enfermas?
- Es integral y transversal a todas las áreas de gobierno.
- Tiene perspectiva de género en su diseño, implementación, control y medición.
- Está concebida como una política de prevención en materia de violencia contra las mujeres, dado que promueve la autonomía económica.
- Iguala oportunidades entre mujeres y varones.
- Promueve la equidad en términos de desarrollo humano.
Poner en funcionamiento políticas públicas de cuidado coordinadas y sistematizadas implica ir al corazón de la desigualdad, analizar la demanda, repensar la oferta de los servicios y su distribución geográfica. A nivel público o privado la oferta de espacios y servicios de cuidado es escasa, lo que empuja a las familias a resolver el cuidado en instituciones o contratar servicios. La otra opción es recurrir a las redes familiares, en las que serán otras mujeres quienes de manera gratuita y sin remuneración realicen las tareas de cuidado.
Género y desigualdad económica son los nudos que impiden el desarrollo de las mujeres y la sociedad en general, y los que debemos desatar con políticas públicas que promuevan la autonomía económica de las mujeres y el cambio de paradigma dentro de sus propios hogares para que el cuidado sea cosa de todos y todas.
Pamela Ares es Licenciada en Ciencia Política y Magíster en Políticas Públicas, Diplomada en desarrollo local con perspectiva de género y en Gestión y Control de Políticas Públicas. Preside Fundación Contemporánea y ha sido directora del Observatorio de Violencia contra las Mujeres de las Provincia de Salta. Actualmente es Coordinadora regional para el NOA del Plan Argentina Contra el Hambre.
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