Written by 11:21 AM OPINIÓN

El mundo clásico como antídoto para el caos

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Frente a la crisis sanitaria que pone en vilo la economía de nuestros países, en riesgo la salud de nuestras familias y en una encrucijada peligrosa nuestros trabajos y nuestras libertades ciudadanas, no renunciamos al optimismo. La humanidad, a fin de cuentas, se ha recuperado de crisis peores y, a esos infaustos acontecimientos, sucedieron épocas de gran vitalidad. Tal vez estamos en el umbral de un nuevo gran Renacimiento. Sin embargo sabemos, también, que la transformación cultural y civilizatoria producida por la revolución tecnológica nos está empujando, de modo inexorable, a un mundo completamente desconocido.

En este escenario de transición comenzamos a evidenciar, con claridad y contundencia, una confrontación entre dos modos de ver el mundo y el hombre. Por un lado el grupo de los globalizadores, de filosofía liberal, capitalista y tecnócrata que busca la construcción de un orden global supranacional, quienes para el cumplimiento de estos objetivos se han apoyado tácticamente en un colectivo de militancia progresista y herederos del acervo marxista internacionalista que en su versión gramsciana plantean “la batalla cultural” contra los valores tradicionales occidentales, dado que han sido ellos quienes históricamente han buscado la destrucción del Estado Nación y del Cristianismo y estando por lo tanto, siempre enfrentados a los viejos patriotas que por amor a su tierra resisten en la defensa de los valores tradicionales y cuyo mayor afán es el defender sus culturas, religiones y valores ancestrales, como dignos herederos de la civilización Grecorromana y Judeocristiana.

En este nuevo escenario del “reseteo covideano”, se plantea un juego de roles similares al de la Revolución Francesa, en el que los globalizadores, a cargo de la reingeniería mundial, parecen acechar a los viejos patriotas, quienes, naturalmente, se muestran más reticentes al cambio actual. De algún modo se intenta sindicarlos como partidarios de una especie de ¨Ancien Regime¨ que era el modo en que se nombraba al “Viejo Régimen” que, a modo de acusación y de sentencia, se asocia a los nobles que resistieron a los revolucionarios franceses en defensa de sus valores religiosos y su sistema monárquico. Algunos intelectuales, tanto desde la vieja izquierda como desde la nueva derecha atestiguan, azorados, la construcción de un mundo con reglas nuevas, que parece emular a la armada jacobina, marchando al ritmo de las cabezas guillotinadas. Un mundo que no está dispuesto a retroceder a la vieja normalidad, ya que para ellos la Nueva Normalidad que está gestándose parece ser el único orden posible para la especie humana.

Decíamos al principio ¨Seamos optimistas¨, entonces, pero sin dejar de ser crudos, duros y realistas. Asistimos a la deriva de Occidente, bien disimulada por el éxito tecnológico y la prosperidad económica que transformó a nuestra cultura en faro de lo universal. Ahora bien, es esa misma cultura, Roma, la que se desangra en la suposición de que construir un nuevo mundo, global, sin banderas, conlleva la renuncia de sus valores constitutivos. El error está a la vista: los occidentales ya no podemos renunciar al sentido común que nos confirió esa robustez aferrándonos a dos mil años de experiencia humana.

Esta crisis de valores ha conducido a reflexiones transversales de la vieja distinción entre derechas e izquierdas. Los intelectuales de un lado y del otro del espectro del pensamiento están atravesados por el afán de recuperar el espíritu de los estoicos, la belleza de la Grecia Clásica, el sentido de justicia del derecho romano, la belleza de las artes y otros elementos del mundo clásico. Esas ideas e instituciones, que mostraron su eficacia pese al transcurrir de los milenios, vuelven a darnos una respuesta. Las nuevas generaciones anhelan algo de trascendencia espiritual, moral y cultural para lidiar contra esta cultura líquida que sólo nos entusiasma en función de modas pasajeras pero que ocultan el vaciamiento de nuestras relaciones humanas en nuestra persona y desde allí impactan en nuestras relaciones de pareja, familia y de trabajo entre tantas otras, que de un modo casi suicida enarbolan las banderas gramscianas como los ejes de un futuro mundo globalizado que hoy se nos presenta día a día en un caos de micro revoluciones multicolores en curso actual en muchas ciudades de Latinoamérica.

Tal vez por todo ello y como el resultado de la causa y el efecto tal vez causado por los contenidos progresistas de los multimedios globales resulta cada vez más común que los hitos del mundo clásico regresen a nosotros como lo hicieron durante el Renacimiento como en muchos otros puntos de quiebres en la historia de la humanidad en donde hemos procurado restaurar de algún modo el orden clásico, mediante la renovación de sus fórmulas eternas que nos llevaron a un desarrollo ilimitado mediante el viejo dispositivo que Atenas había progresado con dudas y altibajos: nuestra actual y devaluada democracia.

Hoy estamos lejos de las sociedades abiertas de los dos siglos anteriores, y somos menos ciudadanos bajo el amparo del derecho constitucional y más rehenes de lobbies entrecruzados en un mundo que parece haber perdido la memoria de sus tiempos más gloriosos en donde la cultura occidental había encontrado el equilibrio entre la razón y la fe. Y sin embargo las librerías vuelven a llenarse con el mensaje inconfundible de los únicos que han atravesado la prueba de calidad de los siglos: los clásicos. A la reedición de Séneca y de Marco Aurelio le siguen las obras más recientes, que a modo de práctico indagan en los pilares del sapiencia del mundo greco romano para encontrar soluciones a los dilemas planteados en la actualidad dado que en esencia nosotros no hemos cambiado en el fondo de nuestro ser y al volver a nuestras bases nos permite encontrarnos rodeados por un mundo más cierto, más contorneado, más real, más eficaz y más profundo.

La política partidaria, de un modo lento y algo accidentado, comienza a hacerse eco de ello en algunos dirigentes, pero la sociedad ya ha echado a andar esos anticuerpos, y el faro de Roma vuelve a nosotros para recordarnos la fórmula civilizatoria más eficaz de la historia humana y que desde allí nos reordena el caótico mundo actual para entenderlo con una claridad que tal vez hoy necesitamos más que nunca porque lo clásico es aquello que nuestras sociedades conservaron y defendieron con pasión como lo único que en verdad permanece.

Hoy todo cambia al ritmo y a la velocidad del 5G, pero los valores que llevan la prueba de los siglos son irremplazables. Su eficacia está más allá de lo urgente. No falla, porque va más allá del Big Data impone un orden inmemorial en el caos temporal de nuestros días. Nos hace más inteligentes, más lúcidos, más enteros. Frente a lo clásico no hay ningún algoritmo que valga. Lo clásico no es dato o información: es un saber que trasciende las épocas. No ha sobrevivido por la obstinación de los nostálgicos, sino por su eficacia misma.

Debemos volver a apostar por la belleza, por la virtud, por la alegría de vivir, por el goce y por el buen humor de quienes nos dieron los cimientos que sostienen nuestro lenguaje, nuestro orden legal y la culturación de los valores cristianos que han sentado las bases de nuestra concepción del mundo libre.

Otra vez somos Dante, que camina por el infierno junto al inmortal Virgilio y descubre que el más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis…

Lo clásico no es dato o información: es un saber que trasciende las épocas. No ha sobrevivido por la obstinación de los nostálgicos, sino por su eficacia misma.

Frente al pensamiento débil de la modernidad líquida, sólo lo clásico nos salvará de ese caos. Por eso reitero: somos optimistas. Occidente está empezando a recordar esa caja de herramientas. Los tiempos de fractura y desorden nos empujan a recuperar nuestros dos mil años de experiencia vital. Nuestro eterno plan B. La fórmula insuperable: el Occidente Cristiano. Como dijo Borges, “aquello que alguna vez fue Roma” hoy necesita encontrar un punto de equilibrio entre lo “Local” y lo “Global” = “GLocal”. Una fórmula cuya actualización en versión 4.0, está hoy en nuestras manos y es por ello que debemos crear puentes de diálogo intercultural en donde mediante el entendimiento fraterno y en el ejercicio de la Diplomacia Ciudadana tengamos nuestras voces representadas en las mesas de negociación global.

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Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.

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Fernando León
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Etiquetas: , , Last modified: 14 junio, 2021
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