En América Latina y el Caribe, las brechas de género se profundizan en el diseño de los sistemas previsionales, porque son pensados para personas con una trayectoria laboral estable, continua, y perteneciente al sector formal de la economía. Sin embargo, las trayectorias laborales de las mujeres son más informales, más precarizadas y se encuentran interrumpidas por su vida reproductiva o las tareas de cuidado.
Corría el año 2004 en Argentina y se empezaba a hablar de la moratoria a los jubilados, de la inclusión previsional.
Así fue como, se puso en vigencia una moratoria previsional por la cual todas aquellas personas que tuvieran edad para jubilarse pero no la cantidad de aportes requeridos que exige el sistema iban a poder hacerlo.
Si bien el objetivo era que tanto varones como mujeres en general pudieran jubilarse, de las 2.700.000 personas que accedieron a la jubilación, el 86% (por ciento) fueron mujeres.
Por esta razón es que la moratoria terminó siendo conocida como «la jubilación para amas de casa».
Tal vez, tu abuela o tu mamá sean unas de las mujeres que compone ese abrumador 86%. Mujeres que trabajaron toda su vida, y finalmente a los 60 años podrían jubilarse. Y por qué digo «finalmente», porque hemos sido las mujeres las más perjudicadas por la informalidad del mercado de trabajo, siendo que las brechas del mercado laboral se reproducen en el sistema previsional.
Las mujeres que hoy perciben jubilación, comenzaron su vida laboral a mediados del siglo pasado, y si bien muchas cosas cambiaron desde entonces, hay variables que se mantienen constantes dentro nuestros hogares; por ejemplo las tareas que realizamos insumen tiempo y trabajo, pero no son pagas y casi siempre no reconocidas como un trabajo. Me refiero a cocinar, planchar, lavar y cuidar. Tareas que realizamos las mujeres, y que están asociadas al amor o la obligación por el simple hecho de ser mamá, hija, hermana, nuera, etc. El 76% de las trabajadoras de casas particulares en Argentina (el servicio doméstico), sigue trabajando en negro, es decir sin vacaciones pagas, ni aguinaldo, sin cobertura médica o seguro de riesgo de trabajo. Hemos sido las mujeres las más perjudicadas históricamente por la informalidad del mercado de trabajo y esta variable aumenta notablemente en el caso de las mujeres de los sectores más vulnerados de nuestra sociedad, en los quintiles más bajos, en las mujeres más pobres. Ellas tampoco podrán jubilarse.
Tal vez, tu abuela o tu mamá sean unas de las mujeres que compone ese abrumador 86%. Mujeres que trabajaron toda su vida, y finalmente a los 60 años podrían jubilarse. Y por qué digo «finalmente», porque hemos sido las mujeres las más perjudicadas por la informalidad del mercado de trabajo, siendo que las brechas del mercado laboral se reproducen en el sistema previsional.
Según los datos del Indec, en el año 2003 el 32,1% de las mujeres mayores a 60 años no tenía un ingreso propio, mientras que en el año 2009 sólo el 9,2% de las mujeres mayores a 60 años no tenían ingreso propio. La inclusión era casi total. La ampliación de acceso que tuvieron las mujeres en particular a las jubilaciones ha sido extraordinaria, sin embargo, los montos eran bajos y no permiten garantizar plenamente su autonomía económica.
Hoy, luego de la reforma, sabemos que la jubilación mínima no podrá ser inferior al 82% del salario mínimo vital y móvil (siendo que ya estábamos en el 81%), pero de esta medida quedan afuera, quienes se jubilaron con moratoria, o regímenes jubilatorios menores a 30 años de aportes, quienes se jubilaron con «exceso de edad», y pensionados/as de todo tipo. La situación empeoró.
La jubilación mínima hoy es de $7.246, monto que perciben más de la mitad de los/as jubilados/as y pensionados/as de nuestro país, pero la línea de pobreza esta en $15.600, eso sin calcular la canasta básica de una persona adulta mayor que se encarece por la compra de medicamentos y comida y donde más afecta la inflación y sin contemplar las clásicas corridas del dólar y la devaluación del peso que 2018 nos depara.
Por qué propongo #HackearRealidades, para reflexionar lo que nos pasa, para desandar las construcciones dadas, para intervenir en la realidad sin pedir permiso, porque mientras instalamos temas en agenda construimos ciudadanía. Dicen que la historia se repite dos veces, una como tragedia y la otra como farsa, si eso es cierto, entonces 2001 y el recorte a los jubilados se presentó como tragedia, este diciembre último como farsa.
Pamela Ares es Licenciada en Ciencia Política y Magíster en Políticas Públicas, Diplomada en desarrollo local con perspectiva de género y en Gestión y Control de Políticas Públicas. Preside Fundación Contemporánea y ha sido directora del Observatorio de Violencia contra las Mujeres de las Provincia de Salta. Actualmente es Coordinadora regional para el NOA del Plan Argentina Contra el Hambre.
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