La ambición china queda en evidencia de inmediato si prestamos atención a su apuesta por revertir sus puntos débiles. Una reciente nota de El País toma nota de este afán del gobierno de Xi Jinping por revertir la irrisoria participación de China en el mercado de los semiconductores, piezas claves para el dominio de un amplísimo campo en la fabricación de todo dispositivo inteligente (desde un tren de alta velocidad hasta un televisor de última generación). Los chinos saben bien que para ser la primera potencia mundial no basta con una economía en crecimiento: la geoestrategia, ese ajedrez que las grandes potencias suelen jugar entre ellas detrás de todos los discursos con buenas intenciones, les exige tener el control de aquellos productos que puedan ser objeto de eventuales retaceos o represalias comerciales. China importa casi todos los semiconductores que produce; de hecho son éstos, y no el petróleo –o la soja argentina-, la principal importación anual de los chinos.
En el plan Made in China 2025, que hemos comentado en algún otro artículo, Beijing contempla llegar a la autosuficiencia en materia de semiconductores mediante la creación de un Fondo Nacional de Inversión en circuitos integrados. Esto se acelera aún más por las tensiones comerciales que se vivieron semanas atrás con la administración Trump, pese al último acercamiento entre dos rivales que, paradójicamente, son socios en la extraña sinergia que ha transformado a China y Estados Unidos en dos bloques completamente interdependientes. Esta es la principal preocupación para Washington, más aún que las declaraciones de Trump sobre una supuesta violación de los chinos a los derechos de propiedad intelectual norteamericanos. Ocurre que la intervención estatal de los chinos para potenciar sus empresas podría no encontrar un equivalente occidental, que suele apoyarse casi exclusivamente en la iniciativa privada.
Los chinos saben bien que para ser la primera potencia mundial no basta con una economía en crecimiento: la geoestrategia, ese ajedrez que las grandes potencias suelen jugar entre ellas detrás de todos los discursos con buenas intenciones, les exige tener el control de aquellos productos que puedan ser objeto de eventuales retaceos o represalias comerciales. China importa casi todos los semiconductores que produce; de hecho son éstos, y no el petróleo –o la soja argentina-, la principal importación anual de los chinos.
Pero Estados Unidos toma nota –y recupera su memoria histórica, ya que su predominio tecnológico global tuvo su origen durante los años de la carrera espacial, en la que las políticas de estado apostaron fuerte, NASA mediante, para vencer a los soviéticos en la batalla por llevar un hombre a la luna. Los planes de Trump no se han revelado aún, pero están en camino. ¿Cuál es el área por el que apostarán los norteamericanos? La misma que el presidente ruso Vladimir Putin señaló como claves para la segunda mitad de este milenio. Putin no dudó en afirmar que quien lleve a su país a transformarse en la vanguardia de la inteligencia artificial “se convertirá en el gobernante del mundo”.
Por el momento ningún estado nacional del mundo tiene el protagonismo de China, ni su capacidad de articular, junto al sector privado, cantidades colosales de dinero en financiamiento para emprendimientos futuros. Recordemos que firmas privadas orientales como Alibaba, Tencent o Baidu ya tienen centros de investigación en los mismísimos Estados Unidos y no se quedan atrás en la pelea por ser líderes en inteligencia artificial. Aquí está el centro del conflicto tecnológico entre los dos gigantes ubicados a uno y otro lado del Pacífico.
¿Cuándo se verán los primeros efectos de la pulseada entre bloques económicos? Algunos analistas sostienen que todo depende de la iniciativa en grandes negocios, como ocurrió en el siglo pasado cuando Estados Unidos se aseguró un cuasi monopolio de la industria aeronáutica comercial. Hoy muchos pronostican que puede producirse un efecto equivalente si los chinos llevan a cabo su plan de producir a gran escala –con la tecnología de Tesla- los automóviles eléctricos e híbridos con el objetivo de liderar, para 2025, el mercado mundial en esa materia. Beijing ya está está construyendo una red nacional de estaciones de carga, para tener pronto una infraestructura que le permita dar el zarpazo en este sector clave. Una apuesta a contrarreloj, sin dudas, pero que puede transformarse en el detonante del liderazgo mundial de China para los próximos años.
¿Cuál es el área por el que apostarán los norteamericanos? La misma que el presidente ruso Vladimir Putin señaló como claves para la segunda mitad de este milenio. Putin no dudó en afirmar que quien lleve a su país a transformarse en la vanguardia de la inteligencia artificial “se convertirá en el gobernante del mundo”.
¿Cómo puede ser la reacción de Estados Unidos? Lo más probable es que la actual superpotencia confíe en la fórmula que le ha dado el éxito, y con la cual lidera cómodamente en todos los campos del quehacer tecnológico: la confianza decidida en el dinamismo de sus gigantes tecnológicos privados. Volviendo al ejemplo en el campo de los semiconductores, los norteamericanos se aseguran actualmente –con empresas afincadas en su propio país- casi la mitad de la producción mundial. Está en camino un proyecto de ley de reforma fiscal, que si atraviesa las negociaciones en el Congreso, permitiría una ganancia de hasta 7,500 dólares para aquellos estadounidenses que compren un automóvil eléctrico: una apuesta por el “American way” para impulsar, a través del mercado, el liderazgo comercial tanto en híbridos como en vehículos totalmente eléctricos.
¿Iniciativa privada o políticas de estado? Probablemente una combinación de ambas. Los chinos, en este sentido, parecen haber comenzado la partida con las piezas blancas, vale decir, han jugado primero. Pero Estados Unidos jamás abandonó la enseñanza de los años de la Guerra Fría, en los que supo articular la inversión privada con la investigación tecnológica para encontrar una respuesta americana a las incursiones de sus ocasionales rivales en el campo de la alta tecnología. Su dominio en este territorio aún es amplio, y su formidable economía sigue en auge. La guerra tecnológico-comercial, sin embargo, promete capítulos mucho más interesantes que los que ha ofrecido últimamente la devaluada serie Black Mirror.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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