La Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL) dio cifras alarmantes para Latinoamérica: 22 millones de nuevos pobres por la pandemia y un retroceso económico de 15 años para la región. Las cifras, sin embargo, podrían ensanchar la brecha aún más cuando la recuperación de las naciones más avanzadas lleve a niveles desproporcionados su desarrollo de nuevas tecnologías disruptivas. Los expertos coinciden en que la nueva normalidad supondrá un despegue sin precedentes del progreso tecnológico. Robótica, 5G, Big Data, automatización, “you name it” (decilo vos el nombre): la especie humana se prepara para un salto disruptivo en el campo tecnológico. El cambio más notable, sin dudas, provendrá de la Inteligencia Artificial, que va a desplazar de modo irremediable a los trabajadores poco cualificados.
El gran salto ocurrirá, y será rotundo, tanto para los que formen parte de él como para los que queden rezagados, que ya no podrán alcanzarlos. Un reciente estudio para el FMI afirma que la consolidación de la revolución tecnológica (especialmente la IA, el Big Data, el 5G y la robótica), por su elevadísima productividad, ocasionará un colapso en el mundo laboral de los países en desarrollo, los cuales, a menos que se tomen medidas para que los robots complementen y no sustituyan por completo a los trabajadores, no podrán conseguir los estándares de progreso de los países más desarrollados.
El fenómeno del progreso tecnológico tendrá, en los próximos años, un efecto bola de nieve: la productividad debe aumentar para compensar el costo en inversión y desarrollo, lo cual acelera los cambios revolucionarios en quienes formen parte de la gesta, al tiempo que hundirá en el estancamiento y la obsolescencia a quienes no puedan seguir con ese ritmo.
El cambio más notable, sin dudas, provendrá de la Inteligencia Artificial, que va a desplazar de modo irremediable a los trabajadores poco cualificados.
El problema, según los expertos, parece estar en los sectores medios de la población urbana global. Así como los más perjudicados por la aceleración tecnológica son los países de ingresos medios, que harán un enorme esfuerzo para estar a la altura de las circunstancias pero no crecerán lo suficiente como para alcanzar a los desarrollados, ocurre otro tanto con con las clases medias de su población: para algunos ciudadanos, especialmente los jóvenes y bien educados, será cada vez más fácil conseguir los trabajos bien pagos que generan las nuevas tecnologías en aquellos sectores que estén claramente alineados al proceso de globalización. Veremos cada vez más nómades digitales: jóvenes muy bien pagos en trabajos de alta calificación, que podrán trabajar conectándose por wi-fi desde cualquier lugar del mundo, para quienes trabajar será el equivalente a una vacación paga. Para los demás, en cambio, irán desapareciendo uno tras otro los trabajos de ingresos medios. El salto digital generará una brecha insalvable entre los buenos empleos, estables y muy bien pagos, y los trabajos basura y temporarios, muy mal pagos e inestables: en general aquellos empleos presenciales que no puedan o no hayan sido aún reemplazados por la robótica. ¿Sueldos medios? Pocos. Cada vez menos.
La brecha que produzca el próximo salto tecnológico, que los expertos relacionan directamente con el regreso a una nueva normalidad, se dará entonces entre países muy ricos y muy pobres, y una franja intermedia de países emergentes muy empobrecidos, algunos de los cuales correrán el riesgo de transformarse en estados fallidos. En el ámbito social esto va a traducirse, entre personas ricas, globalizadas, bancarizadas e hiper digitalizadas y personas pobres, rezagadas, sin acceso al círculo virtuoso de la sinergia globalizadora, que probablemente vivan de las ayudas sociales o de una renta básica (algo así como una indemnización a quienes no puedan integrarse al Maelstrom de la globalización).
De todos modos sabemos que el asistencialismo sólo puede aportar soluciones de corto plazo, porque precisamente la revolución tecnológica ya no produce el fenómeno de destrucción creativa de otros tiempos, que reemplazaba los trabajos obsoletos por nuevos empleos relativamente sencillos. El futuro nos reserva a los humanos empleos cada vez más creativos y calificados, que requerirán una capacitación permanente. Vale decir que quienes son desplazados de un trabajo en los próximos años ya no tendrán garantías de volver a ser contratados en trabajos bien pagos. Por otra parte ya no es seguro –como hasta el momento- que los cambios tecnológicos traigan millones de nuevos oficios. La robotización masiva es un fenómeno que conlleva una progresiva disminución del trabajo humano: vamos hacia un sistema en el sobrará la oferta de trabajadores del sector medio, que no tendrán asegurados de calidad. La solución de robotizar “a medias” para no afectar el trabajo ya es inviable: las máquinas producen más y lo hacen mejor. Las empresas que no se adapten al cambio no podrán producir lo suficiente para sobrevivir, y serán absorbidas por aquellas que obtengan los excedentes que les permitan mantenerse a la altura de los avances tecnológicos.
El salto digital generará una brecha insalvable entre los buenos empleos, estables y muy bien pagos, y los trabajos basura y temporarios, muy mal pagos e inestables: en general aquellos empleos presenciales que no puedan o no hayan sido aún reemplazados por la robótica
Primero nos preguntamos si los cambios destruirían el mundo que conocíamos. Luego nos resignamos, y la pregunta pasó a ser cuándo llegarían esos cambios. Hoy muchos se animan a decir que el Big Leap coincidirá con el fin de la pandemia global y la aceleración rotunda de los próximos años. ¿Qué consecuencias tendrá esto para países como la Argentina y regiones como Latinoamérica? Veamos.
La experiencia de los polos tecnológicos de regiones que no necesariamente forman parte de las naciones desarrolladas y experiencias como la de Israel, que en menos de un siglo logró posicionarse entre las grandes potencias económicas y tecnológicas del planeta son una prueba tangible de que los países emergentes, con grandes recursos y un buen capital humano –pienso especialmente en Argentina y en el resto de Latinoamérica- no necesitan alcanzar a los países desarrollados en los procesos de industrialización en los que ya han quedado atrás. Más bien deben concentrarse en aprovechar, a tiempo, el atajo tecnológico que afortunadamente aún está a nuestro alcance.
La revolución tecnológica que hemos analizado es, como vemos, una amenaza para millones de personas, pero constituye, al mismo tiempo, una oportunidad de dar un salto vertiginoso en investigación, desarrollo e innovación.
En las últimas décadas hemos sido testigos de que sólo los países que se animaron a apostar por una decidida digitalización de sus comunidades han sido capaces de alcanzar a las naciones más desarrolladas. Los tigres asiáticos vivían con un retraso de siglos respecto de los países occidentales hasta hace menos de 30 años. Japón era una sociedad medieval hasta la primera mitad del siglo XX. En China había, hasta hace una o dos décadas atrás, aldeas a las que no habían llegado, con la posible excepción del tren, los cambios tecnológicos del siglo XIX.
No estamos tan rezagados, pero esta brecha, como hemos dicho, va a ensancharse de un modo exponencial en cuanto el siglo XXI se deshaga por completo de los efectos de la Gran Recesión del 2008 y del flagelo ocasionado por el Sars-Cov-2. Los latinoamericanos estamos ante una oportunidad irrepetible para recuperarnos de tantas décadas perdidas, de tantos errores cometidos y de tantas oportunidades que dejamos escapar.
La mala noticia es que esa gran oportunidad puede ser la última. La ola viene hacia nosotros para elevarnos a una altura que es un viaje al futuro sin pasaje de regreso: si nos subimos a ella un minuto después del momento justo, probablemente nos lleve puestos. O entramos en la historia a la velocidad de los cambios actuales, o esa misma velocidad nos condenará al pasado.
La elección, acaso por última vez, es nuestra.
Será fácil o imposible.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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