En una sorpresa y explosiva decisión anunciada – cuando no – a través de Twitter el Presidente Donald Trump ha declarado el comienzo de una guerra comercial cuyas consecuencias nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde llegarán. Los impactos están siendo contundentes, en apenas un par de días: el líder de la cámara Paul Ryan – de su propio partido – ha pedido que reconsidere la situación (preocupado por el impacto que pueda tener en un electorado que tiene que votar pronto), ha renunciado su principal consejero económico Gary Cohn (y tal vez uno de los más prestigiosos de su gabinete), ha recibido la amenaza europea de ponerle aranceles a unos cuántos productos norteamericanos (por un valor de 3500 millones de dólares) como las Harley Davidson, los jeans Levy´s y el whisky Bourbon (tres símbolos norteamericanos), la preocupación seria de México y Canadá (sus dos socios en el Tratado de libre comercio de América del Norte, NAFTA, que se propone renegociar) y la indiferencia de China, principal destinatario de estos aranceles que hizo una diplomática declaración llamando a Estados Unidos a “acatar las normas del comercio multilateral y hacer contribuciones al comercio internacional y el orden económico”.
El caso es que Trump amenazó con arancelar la importación de acero con 25 % y de aluminio con 10 %, dos de los metales más usados en la producción industrial, la construcción y otros usos importantes de la economía. Estados Unidos es el principal importador mundial de acero, y China, por otro lado el mayor exportador. Para entender la dimensión de los volúmenes de los que estamos hablando, China produce más de un cuarto del acero mundial, mucho de ese acero es importado por Estados Unidos. Algunas de las consecuencias de ese arancelamiento podrían ser el encarecimiento de los productos industriales, de la construcción, de los productos tecnológicos, la invasión de acero excedente barato hacia otros mercados (fundamentalmente Europa y Latinoamérica), y la retracción del crecimiento económico chino, entre otras consecuencias impredecibles. Según Trump, esto también podría favorecer la producción norteamericana de acero, aunque hay muchísimos interrogantes acerca de si esa industria siderúrgica norteamericana está en condiciones de cubrir las inmensas necesidades de la economía norteamericana.
El caso es que Trump amenazó con arancelar la importación de acero con 25 % y de aluminio con 10 %, dos de los metales más usados en la producción industrial, la construcción y otros usos importantes de la economía. Estados Unidos es el principal importador mundial de acero, y China, por otro lado el mayor exportador.
Como sea la inusual forma de hacer diplomacia del Presidente Trump puede resumirse con las frases que utilizó para declarar este nuevo embate «Cuando un país [Estados Unidos] pierde miles de millones de dólares comerciando prácticamente con todos los demás, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar». «Por ejemplo, cuando se tiene un déficit de 100.000 millones de dólares con alguien, y que ese país se hace el vivo, se deja de hacer negocios con él y se gana mucho. Es fácil», agregó.
En todo caso veremos si esta es otra de sus artimañas de duro negociador a las que nos tiene acostumbrados, esto es: golpear, recibir respuestas y con un enemigo golpeado volver a negociar y mejorar la posición de partida. Una diplomacia poco convencional pero que – al menos en la reforma impositiva – le ha dado algunos resultados exitosos.
Es músico y escritor. Se me ha perdido una canción (2011), Mis canciones (2014) y Seré canción entonces… (2018) son sus tres discos. Ha publicado también la novela Una tumba sin nombre (2012) y el ensayo Renta Básica Universal: Por qué y cómo terminar para siempre con la pobreza. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad Austral, Argentina), Master en Acción Política y Participación Ciudadana (Universidad del Rey Juan Carlos, España) y Diplomado en Gestión Pública (Instituto Tecnológico de Monterrey, México). Es fundador, director y editor de la Revista Algoritmo.
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