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Trump y Macron, en sintonía

En la era de la imagen todos somos un poco semiólogos. En ese sentido no es difícil decodificar los gestos que intercambian dos líderes que, en un principio, parecían absolutamente antitéticos. Por un lado Emmanuel Macron, el flamante presidente francés, un Generation X egresado de la Escuela Nacional de Administración, donde se forman las élites francesas, ligado a la Banca Roschild: en resumidas cuentas, el paladar negro del neoliberalismo europeo tan soñado por las élites. Por el otro, Donald Trump, un baby-boomer en posición de retador, de outsider de la política, con su instinto para los negocios de riesgo, que conquistó el corazón de la clase trabajadora estadounidense y pateó el tablero de la política de su país, no sólo dentro de su partido sino en toda la escena política norteamericana.
En esos gestos no verbales podemos advertir el esfuerzo de Macron –fervoroso miembro de la Fundación Franco-Estadounidense, organización que construye lazos entre ambas naciones- por construir una relación firme y sincera con el presidente de un país al que unen con Francia fuertes lazos históricos y hasta simbólicos. No es  empresa fácil. Desde un principio era visible la incomodidad de la mayoría de los líderes europeos al tratar con el sinuoso e irascible Trump: su estilo directo, áspero y sin adornos resultaba para ellos un hueso duro de roer. Aquí es donde la habilidad diplomática de Macron en el terreno más primario, el de la lisa y llana afectividad, parece cosechar resultados: “me cae muy bien”, dijo Trump, y todos le creen. Apretones de mano, palmadas en el hombro y hasta un doble beso francés.
Eso no fue todo: Trump le limpió el saco. Sí. “Un pedacito de caspa”, bromeó Trump, que quería en perfectas condiciones al que hoy parece su mano derecha -al menos eso han demostrado las acciones conjuntas en torno al punzante conflicto con Siria, que aún no termina-.
No nos quedamos en lo anecdótico: queremos subrayar la hábil estrategia diplomática desplegada por Macron, tal vez el único líder occidental que no queda pagando en el juego tete-a-tete, ese juego corporal y gestual con el que Trump desafía a todos los líderes mundiales, un desafío más parecido al de las ruedas de prensa del  mundo del  boxeo que al de las cumbres protocolares ante las cuales sólo el astuto Vladimir Putin y el  magnánimo Xi Jinping parecían, hasta ahora, dar la talla. Lo que consigue Macron con esta apuesta es ir más allá de la disyuntiva “nacionalismo versus multilateralismo” que pervive en estos últimos dos años entre la Casa Blanca y la Unión Europea. 
Eso no fue todo: Trump le limpió el saco. Sí. “Un pedacito de caspa”, bromeó Trump, que quería en perfectas condiciones al que hoy parece su mano derecha -al menos eso han demostrado las acciones conjuntas en torno al punzante conflicto con Siria, que aún no termina-.
La misión del presidente francés, en este viaje, era negociar con el republicano la posición común de los aliados occidentales frente al programa nuclear de Irán. El preacuerdo debe ser firmado el próximo 12 de mayo, pero todo indica que se han allanado posiciones. Más allá de estas negociaciones, que incluyen las próximas medidas en torno al conflicto con Siria, la jugada de Macron debe analizarse en el contexto del actual dibujo geopolítico planteado desde el comienzo de la era Trump: con un Reino Unido más preocupado -y por momentos empantanado- por los dilemas del Brexit y una Alemania que parece añorar sus relaciones íntimas con el viejo Nuevo Orden de Obama –y que por esa razón no termina de acercar posiciones comunes con Washington, e incluso, amaga, por momentos, con eludir la alianza atlántica para jugar a pleno su rol de locomotora europea-, la Francia de Macron emerge como la única potencia europea que acepta el envite de unir las piezas sueltas y ponerle el cascabel al gato de la era Trump. 
La misión del presidente francés, en este viaje, era negociar con el republicano la posición común de los aliados occidentales frente al programa nuclear de Irán. El preacuerdo debe ser firmado el próximo 12 de mayo, pero todo indica que se han allanado posiciones.
Lo que afirmamos no deja de ser una mera inferencia, fruto del intercambio de gestos entre los dos presidentes, que habrá de reforzarse como convicción esta misma semana, cuando la canciller germana Angela Merkel visite la Casa Blanca y nos lleguen las imágenes de disimulada antipatía entre ambos líderes. Porque algunos gestos, como se sabe, valen más que mil palabras, y en este sentido el joven Emmanuel Macron, que el año pasado se dio el lujo de ponerle música de Daft Punk a su propio desfile, ante la mirada de sorpresa de Trump, es el que lleva la iniciativa.
«La suerte es el cuidado de los detalles», dijo Churchill. Y este cuidado de los detalles del líder francés, que no parece amilanarse ante el estilo directo, áspero, por momentos brusco de Trump, tal vez sea la clave para hallar el modo de encarrilar las relaciones entre la UE y Estados Unidos, no sólo en relación a Medio Oriente, sino también para reinstalar a Europa en la firme pulseada que, tras bambalinas, ya están jugando las grandes potencias -Estados Unidos, Rusia y China- en la nueva agenda global.

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Etiquetas: , , , Last modified: 29 noviembre, 2018
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