Las negociaciones para hacer efectivo el Brexit en poco menos de un año, el 29 de marzo de 2019, sigue generando controversias, en las que fluctúan los cantos de sirena de los Brexiters –cada vez menos entusiastas- y las voces de alerta de los Remainers, que temen –o desean secretamente- lo peor. Una de ellas es la del periodista John Carlin, que sin eufemismos compara los resultados del referéndum con un suicidio del pueblo británico.
Sin negar las consecuencias casi inmediatas del divorcio con Europa, que podrían perjudicar al Reino Unido en el corto plazo y el recorte de derechos que esto representa para muchos de sus ciudadanos, creo que debemos evitar la tentación de eludir la complejidad del asunto. A fin de cuentas se ha llegado a este berenjenal precisamente por plantear el asunto de la pertenencia a la Unión Europea en términos de “sí” o “no”. Europa tiene una historia rica y compleja, hecha de puentes y de muros, de guerras y de reencuentros, una historia que si bien supo contemplar, desde los días de Carlomagno, el sueño de la unidad (que en todos los casos era el equivalente, hasta el descubrimiento de América, a la unidad de todo Occidente), no olvidó tampoco la dificultad para conciliar ese paneuropeísmo soñado con la persistencia de los valores identitarios, que han girado durante siglos en torno al concepto de estado-nación.
El célebre William Manchester, entre otros historiadores occidentales, sostenía que el alma del pueblo inglés que hoy conocemos, tanto en su carácter como en sus rasgos identitarios más íntimos, fue forjada en esos 117 años de conflictos feudales con Francia que hoy recordamos como la Guerra de los Cien Años. Así como la identidad irlandesa queda en inmediata evidencia por sus diferencias con Inglaterra, Gran Bretaña le debe toda su singularidad a las tensiones que ha sostenido con la Europa Continental a lo largo de muchos siglos. Esto no es algo que pueda borrarse con un simple acuerdo en Bruselas, o por temor a las advertencias de un bloque que hoy parece la comisión directiva de un prestigioso club –manejado por los alemanes- que no deja de enumerar los privilegios que van a perderse por no seguir pagando la cuota.
Esto no implica eludir el hecho de que el Brexit es una apuesta fuerte, una pulseada cuyos resultados sólo se verán en años. Pero no debemos olvidar de dónde venimos: Europa sufrió una crisis sin precedentes durante la Gran Recesión de 2007, de la cual muchos de sus socios aún no terminan de recuperarse. La edición de hoy, en el matutino The New York Times, nos ofrece un interesantísimo artículo de Peter S. Goodman, que parece blanquear dentro del mainstream de la prensa internacional los efectos no deseados –y a menudo disimulados, cuando no censurados- de las políticas neoliberales aplicadas con fórceps en el territorio europeo. La nota nos habla de los ocho años de austeridad propiciada por los sucesivos gobiernos conservadores y de los cambios estructurales que el recorte presupuestario está produciendo en toda la sociedad británica. Estamos hablando de la misma austeridad que sufrió Grecia, de la cual aún no se recupera. La que muchos países de la Eurozona siguen aplicando a rajatabla, como si fuera la única solución –sin plan B- y el único incentivo para el crecimiento.
Esto no implica eludir el hecho de que el Brexit es una apuesta fuerte, una pulseada cuyos resultados sólo se verán en años. Pero no debemos olvidar de dónde venimos: Europa sufrió una crisis sin precedentes durante la Gran Recesión de 2007, de la cual muchos de sus socios aún no terminan de recuperarse.
El economista francés Thomas Piketty, especialista en distribución de la renta, ya había advertido en numerosos artículos que si Europa no revisa sus metas como proyecto y buena parte de sus estructuras vigentes, no resistirá una crisis como la que atravesó la economía mundial una década atrás. Es en este contexto donde el Brexit deja de ser un simple capricho del pueblo inglés o una gaffe de sus gobernantes, para transformarse en el síntoma visible del problema que Europa ha conseguido ahuyentar, y con algo de suerte si tenemos en cuenta el avance de los partidos de extrema derecha o anti sistema en las últimas elecciones nacionales de sus respectivos socios. Un resquemor que ha llegado incluso hasta Berlín, donde Merkel tuvo dificultades para armar su gobierno.
El Reino Unido no está absuelto de su responsabilidad en lo que ocurre: no olvidemos que fue garante y socio principal de las políticas implementadas en la Unión Europea en los años anteriores al referéndum. En ese sentido el Brexit será malo si sus dirigentes, en este caso Theresa May(be), no logran sacudirse de inmediato el fantasma de su pertenencia a la UE para abrazar con vigor el realismo político de los bloques que hoy protagonizan el escenario político y económico mundial: China y Estados Unidos. La relación con estos últimos es clave: los norteamericanos son sus principales aliados políticos y militares, y juntos constituyen el principal eje del Atlántico en un escenario mundial caracterizado por una enorme interdependencia. El Reino Unido, mal predispuesto a ser una provincia alemana dentro de la UE , quiere volver a decidir su propio destino en política exterior, y la apuesta por el Brexit, para algunos, es tan sólo recuperar la vieja política de Gran Bretaña, que sin dejar de gravitar en el juego de equilibrio interno de sus vecinos, conserva su autonomía para abrir y cerrar frentes de batalla en otros mercados.
En ese sentido el Brexit será malo si sus dirigentes, en este caso Theresa May(be), no logran sacudirse de inmediato el fantasma de su pertenencia a la UE para abrazar con vigor el realismo político de los bloques que hoy protagonizan el escenario político y económico mundial: China y Estados Unidos.
¿Es el Brexit una impensada bendición, que ofrecerá al Reino Unido las oportunidades que jamás se habría podido imaginar si estuviera preso en el corsé francoalemán, o es la vaga enumeración de posibles calamidades que, principalmente desde Bruselas, se pronostican para sus ex socios, más por miedo a nuevas deserciones que por fe en los resultados efectivos, contantes y sonantes, del sueño europeo?
Quien crea tener la respuesta, miente. La pulseada no termina hasta que una de las partes baje los brazos, y esto promete durar mucho más de lo que creíamos, porque desde el comienzo de la era Trump no hay nada que no esté siendo revisado y puesto en tela de juicio. Preparémonos para unas cuantas temporadas más de la miniserie Brexit. No va a durar menos que The Crown, o eso parece.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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