El principal problema que encontramos para abordar el problema de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana es la complejidad del mismo. Ocurre que ya no tenemos un objeto (el tren, el avión, el teléfono) que abre de modo inmediato –y pleno de sentido- su abanico de posibilidades ante nuestra imaginación. La complejidad del cambio, sumada a su carácter cualitativo, lo vuelven algo elusivo a la imaginación, pese a que los efectos de ese cambio son mucho más revolucionarios.
Un ejemplo que nos ayuda a entender esta complejidad del concepto 4.0 nos lo puede dar el salto tecnológico planteado por los smartphones, en2007, cuando Apple lanza su Iphone y Google presenta su sistema operativo Android. A simple vista, todo parece una mera continuación del proceso de integración entre la tecnología de los teléfonos celulares y la de las computadoras portátiles. Lo revolucionario, sin embargo, fue el impacto masivo de un nuevo sistema de comunicación complejo, que evoluciona de manera exponencial en todo sentido -y hacia toda dirección-, sin que sea necesario reemplazar el objeto físico cada vez que el sistema optimiza su funcionamiento. Estamos en presencia de un producto que cambia mientras lo usamos –y precisamente en función de ese mismo uso que le damos-.
La industria 4.0, en este sentido, no es revolucionaria por la irrupción de maquinaria que modifique la concepción que tenemos del modelo industrial como proceso de producción lineal de manufacturas, sino por algo mucho más íntimo y trascendente: su incidencia en cada detalle de nuestras vidas y en el entorno global. Hablamos de una empresa que cambia sus parámetros al incorporar, en tiempo real, las innovaciones necesarias para hacer frente a un ciclo ininterrumpido de variables (disponibilidad y costo de las materias primas, volumen y velocidad de la demanda, necesidades específicas del mercado, riesgos relacionados con la actividad de la competencia, impacto en el medioambiente, etc.).
Estamos en presencia de un producto que cambia mientras lo usamos –y precisamente en función de ese mismo uso que le damos-.
Hablamos de un ciclo ininterrumpido de datos, cuyo volumen ya no es posible procesar por separado, en el campo físico, sino que requieren un proceso de captura y registro digital, para visualizar y transformar esos datos en nuevas decisiones dentro del campo físico. Pero también estamos hablando de dispositivos inteligentes, que ahora no serán físicos sino ciberfísicos: cada cosa, integrada a las demás y a la red global (el concepto de Internet industrial de las cosas –IIot-), estará en funcionamiento según las necesidades y personalizada en función de objetivos específicos. No más producción en cadena: los objetos, sin un costo mayor, se harán en la cantidad necesaria –en lotes pequeños o como prototipos únicos en su especie- y en función de las necesidades del consumidor. No más procesos independientes que deban ensamblarse al proceso total: todo estará conectado con todo, procesado mediante algoritmos y analizado en el mismo instante de la interactuación.
¿Difícil de entender? Precisamente porque hemos llegado a ese punto en el que debemos dejar que los procesos de fabricación humana se integren –e interactúen- a la velocidad de procesamiento que son propios de la inteligencia artificial. La industria 4.0 es, en definitiva, el resultado de procesos que automatización en el que todas las consideraciones operacionales, desde la comunicación entre los proveedores y la fuerza de trabajo, hasta la atención al cliente, pasando por los problemas de Ciberseguridad, están integradas en un ciclo que es, en definitiva, el ciclo vital: el de todo lo que nos rodea. Por eso quienes están abocados a hacer realidad esta Cuarta Revolución Industrial insisten en desarrollar una mirada holística de las organizaciones, en mirar mucho más allá de un mundo en manos de las tecnologías avanzadas: se trata de llegar a una perspectiva más amplia sobre lo que constituye una red de producción conectada digitalmente.
No más producción en cadena: los objetos, sin un costo mayor, se harán en la cantidad necesaria –en lotes pequeños o como prototipos únicos en su especie- y en función de las necesidades del consumidor. No más procesos independientes que deban ensamblarse al proceso total: todo estará conectado con todo, procesado mediante algoritmos y analizado en el mismo instante de la interactuación.
América Latina, pese a sus inconvenientes para integrarse a pleno en las revoluciones anteriores, no está exceptuada de formar parte de esta Cuarta Revolución: la estrategia mexicana, según los datos proporcionados por el organismo estatal de promoción del comercio y la inversión Proméxico, es el desarrollo de infraestructura y proyectos colaborativos para la formación humana en tecnologías 4.0, que ya cuenta con polos de competitividad (fábricas inteligentes –en Chihuahua-, automatización –en Nuevo León-, clusterización inteligente –Querétaro-, diseño industrial y Big Data –Jalisco-). Argentina, pese a su ubicación geográfica, también participa de esa industria inteligente, que más que un edificio con chimeneas debe ser entendido como una nueva manera de organizar los medios de producción en base al aprovechamiento de las herramientas tecnológicas. Tanto las Pymes como las grandes corporaciones ya están desde hace mucho tiempo en la nube, incorporando tecnología e interaccionando recíprocamente, con excelentes recursos humanos y grandes recursos técnicos. Cabe destacar su liderazgo en el sector agroindustrial, que ya está participando de las características que hemos mencionado sobre la Industria 4.0.
Al talento argentino y a estas buenas condiciones actuales se debe sumar una estrategia de estado que apoye y promueva esta nueva industria en función de los desafíos globales de los próximos años: los beneficios, por fortuna, irán a la par del mismo proceso de integración, porque la misma “inteligencia” de esta revolución global se encargará de acomodar y optimizar las piezas en función de sus objetivos.
El cambio viene hacia nosotros y estamos en condiciones de beneficiarnos con él: sólo hay que poner la voluntad de ser parte: el resto vendrá por añadidura.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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