La crisis de 2008, de la que recién ahora nos estamos recuperando, rompió con décadas de utopía liberal: las poderosas dinastías Clinton-Bush confiaron exageradamente en el mercado, a punto tal de atribuirle la capacidad de lidiar con los problemas de la geopolítica, y la virtud de revertir el desfasaje entre el crecimiento chino –facilitado por la mano de obra poco calificada- y la industria pesada de los países occidentales, más preocupados por sus privilegios post industriales que por el efecto que esos cambios producirían en el empleo y en la economía a largo plazo.
En este contecto, las políticas heterodoxas de Trump se vuelven paradójicas: según la brújula liberal no podemos estar ante una solución para los riesgos de la economía en Occidente, y sin embargo las cifras recientes indican que Estados Unidos parece salir airosa, por primera vez en mucho tiempo, del dilema que plantea la irrupción de China en la economía mundial. Aquí es donde la vieja batalla entre liberalismo económico y realismo político se vuelve cristalina, y donde todo indica que nuestros líderes necesitan una ración mayor de Maquiavelo que de Adam Smith: Trump, con menor o mayor acierto, se ha animado a tomar el timón de la estrategia geopolítica y torcer el rumbo en una dirección interesante, aunque no parezca demasiado clara en un primer análisis.
El recorte de impuestos, las políticas de promoción de empleo nacional y de repatriación de empresas norteamericanas devuelve al gigante del Norte una iniciativa que parecía perdida, un ímpetu que juega en favor de la administración republicana. Porque si bien es cierto que las grandes corporaciones globales son el gran motor de la economía mundial –y casi la mitad de éstas son estadounidenses-, lo que justificaría que no haya cambios sustanciales en las reglas de juego a mediano plazo, nunca hay que olvidar el necesario baño de realismo que nos propone el viejo Maquiavelo: por este camino los chinos tienen, a largo plazo, mejores perspectivas.
Quien no puede tomar medidas para corregir las consecuencias a largo plazo no hace más que caer en la trampa liberal –la ingenuidad liberal, podríamos decir- de creer que el poder global sólo se construye confiando en las reglas del mercado y en el Fair Play de sus partícipes. Como hemos indicado desde que se inició la era Trump, la actual administración norteamericana puede ser considerada como un nuevo abordaje de la gran superpotencia, que no se limita a ser el adalid del libre mercado, sino también a reafirmar su liderazgo político y cultural en la arena mundial.
El recorte de impuestos, las políticas de promoción de empleo nacional y de repatriación de empresas norteamericanas devuelve al gigante del Norte una iniciativa que parecía perdida, un ímpetu que juega en favor de la administración republicana.
¿Esto transforma a Donald Trump en la fórmula de éxito para las naciones occidentales frente al eje asiático? Nadie lo sabe. Pero era comprensible y hasta cierto punto inevitable que la principal potencia mundial moviera el timón para promover inversiones, consolidar su hegemonía y reconducir su papel protagónico en la economía global. El tiempo dirá si la jugada, que parece fruto del ánimo iconoclasta del líder republicano, prueba ser lo exitosa que parece a simple vista. No seremos nosotros quienes salgamos en defensa de las políticas de Trump tal como son planteadas, pero desde la última crisis en la economía mundial nos plegamos a la certeza de quienes creen que Occidente necesita improvisar estrategias temporales, de efecto inmediato, para no caer en el falso optimismo de los gurúes liberales, que han comprado demasiado rápido la buena voluntad de los chinos… sí, comprarles a los chinos es fácil: lo difícil es venderles. Sabemos bien que la prédica de la libre empresa le viene al dedillo al habilidoso Xi Jinping para abrir con ella nuestros mercados occidentales, pero no lo convence demasiado a la hora de abrir los suyos (excepto, para las materias primas).
La paradoja del estilo Trump: sus medidas hasta el momento parecen una primera toma de conciencia del desafío que se plantea en la arena mundial para los próximos años, pese a la controversia que plantean sus replanteos, sus rupturas y sus alianzas. Si se puede hablar de una virtud en la actual administración, diremos que es la de implementar medidas políticas para consolidar la hegemonía norteamericana para las próximas décadas.
Como dijo el legendario humorista y cowboy Will Rogers, quien parece describir mejor que nadie el actual dilema de las sociedades avanzadas frente al avance chino: «Una acción caótica es mejor que la inacción ordenada».
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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