1. En primer lugar: ¿Qué es el transhumanismo?
Consiste en utilizar todos los medios que nos ofrece la ciencia y la tecnología para transformar a los hombres en superhombres, a la vejez en una enfermedad y a la muerte en un enemigo que debiera ser desterrado. El fenómeno es tan complejo como los tiempos actuales. Por un lado no es sencillo encontrar un límite entre el transhumanismo –la modificación de lo humano- y el posthumanismo –el reemplazo del humano, ya sea por la máquina o por el universo digital-. Cada uno de estos aspectos es el origen de una infinidad de polémicas, porque los que han pensado en estos temas no se han puesto de acuerdo ni siquiera en cómo nombrar esos fenómenos. Por ejemplo la distinción que aquí hacemos entre posthumanismo y transhumanismo, que algunos consideran sinónimos.
El dilema de la revolución tecnológica que, como hemos señalado en otros artículos, comienza a acelerarse exponencialmente desde la irrupción de la Pandemia Global del 2020, tal vez sea un dilema sin solución. La velocidad de los cambios es tan grande, que tal vez la humanidad ya no pueda hacer otra cosa que confiar en esas herramientas de medición para poder hacer frente a los cambios. Al igual que en varias de las distopías del cyberpunk, hoy sólo las máquinas pueden ayudarnos a manejar este punto de no retorno en el que la automatización ya no nos deja tomar decisiones humanas. El progreso humano ha escapado del control de lo humano, y ese es un camino de no retorno.
Frente al dilema de cómo afrontar la velocidad de esta revolución silenciosa la humanidad ha tenido hasta el momento varias reacciones posibles. El mercado, principal fuerza de la lógica automatizadora que mencionábamos, ha sido pragmático y optimista. Ha mirado la mitad llena del vaso: solución a enfermedades, retraso del envejecimiento, mejoramiento del nivel de vida, etc. Pero no han faltado quienes han visto claramente el peligro de esta aceleración que nos aleja cada vez más de todo lo que entendíamos –y definíamos- como humano. Los juristas han advertido que las leyes que sostenían a nuestra civilización ahora están en entredicho y que los vacíos legales podrían llevarnos a una esclavitud de facto frente a un posible totalitarismo de raíz tecnológica.
2. Los peligros del paradigma tecnocrático
Los humanistas sin dudas se han preocupado por las consecuencias que esto puede tener para la identidad de las culturas y para la libertad de los ciudadanos. Y la herencia de valores tradicionales occidentales , comienzan a confrontarse con los límites éticos de la ciencia cada vez que se intenta erigir una nueva Babel y se pretenden olvidar los límites entre lo humano y lo divino.
El filósofo Francesc Torralba dijo recientemente, tras participar en un encuentro, realizado en Harvard, sobre el futuro de lo humano: “Francis Fukuyama, autor de El final de la historia, escribió que el transhumanismo es la ideología más peligrosa del siglo. Michael Sandel, egregio profesor de Harvard, se ha postulado claramente contra las tesis del transhumanismo en su libro, Contra la perfección. Existe una élite mundial dispuesta a vender al mundo la utopía de la biomejora humana a través de la implementación de tecnologías altamente sofisticadas.”.
No estamos hablando de un joven con problemas mentales que quiere autopercibirse a sí mismo como un oso panda: estamos hablando de un cambio que pone en tela de juicio la organización misma de la comunidad global. Si las élites que poseen casi todo el capital a escala global deciden acelerar estos cambios manipulando la biología –algo que tiene consecuencias impredecibles en el ecosistema planetario-, pronto estaremos rodeados de “bolas de nieve” que será imposible controlar.
Pero lo primero en saltar por los aires será el sistema político y social, porque, en efecto: ¿qué hacemos con la equidad? ¿cómo enfrentar la desaparición de toda igualdad de oportunidades? ¿Y la libertad individual?
3. El libre albedrío ante los límites de lo humano
Todos los valores occidentales están en entredicho si unos deciden apostar por la inmortalidad mientras otros carecen de agua potable y el ciudadano común no ve otra cosa que la desaparición de todas las certezas con las que ha crecido y el derrumbe de la comunidad que ha amado?
Los valores occidentales tradicionales que aún se proyectan hacia un futuro lejano y se preocupa también por el porvenir, ha expresado esta inquietud en los últimos años: no podemos confundir las biotecnologías -que no son malas en sí- con el atroz paradigma tecnocrático que descarta a los más vulnerables y termina convirtiéndose en un mecanismo global de deshumanización. La lógica de la tecnología debe estar al servicio de lo humano. Si el progreso no conduce a una mayor dignificación del hombre, entonces no va por el buen camino.
Lo hemos subrayado, y lo puntualizamos nuevamente: no se trata de un dilema estático. El progreso amenaza con transformarse en un torbellino cuya velocidad ya no podremos manejar. Pero frente a eso los humanistas, incluso aquellos que no están adscritos al pensamiento religioso, coinciden en que debemos recuperar nuestra esperanza en los valores que la humanidad ha mantenido vivos, aquellos valores que asociamos de manera directa con el Occidente Cristiano: la defensa del humanismo no sólo en sus posibilidades infinitas sino también en su fragilidad, en sus limitaciones, en su capacidad de lanzarse desde lo humano demasiado humano hacia los límites que su propia conciencia del bien común le impone al libre albedrío, que es al mismo tiempo, una condena y una promesa de redención.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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