Si observamos las cifras de recuperación económica global, la pandemia sin dudas trajo flagelos pero también oportunidades. Una vez que hizo su daño en los meses anteriores a la inmunización masiva en las grandes economías del planeta –Israel y Estados Unidos son el mejor ejemplo- se dio paso al comienzo de una lenta reactivación económica, gradual baja del desempleo y alta demanda de trabajo. Aunque si ampliamos la mirada hacia los países de Latinoamérica, la pelea contra el virus aún no ha terminado. Sobre esta base, hay quienes piensan que la peste es prolegómeno de un futuro orden social y laboral casi completamente virtual y automatizado que hoy estaría en una primera fase de transición hacia una nueva realidad. Siendo posible que esto pudiera llegar a ocurrir, ya sea por los cambios culturales que la pandemia trajo consigo como también por el salto tecnológico – Revolución 4.0 – que hoy nos interpela a todos por igual para modificar nuestras viejas costumbres y adaptarnos o no a las nuevas realidades más allá de nuestras ideologías o creencias.
En esta crisis sanitaria las variables son impredecibles. Pero también lo han sido aquellos pronósticos que, tal vez por falta de apego a los datos duros y de experiencia para comprender cabalmente un fenómeno sin precedentes en la historia moderna nos auguraban la transición acelerada y casi inexorable a un mundo completamente digital, automatizado y con alto desempleo parecen ser hoy una posibilidad latente pero aún lejana a escala global.
Es cierto que la pandemia impulsó, en el corto plazo, soluciones provisorias para una economía que debía funcionar de modo eficiente con millones de personas menos. Los humanos en el mundo digital no deben respetar el distanciamiento social, y por eso las herramientas digitales fueron una buena opción de adaptación y transición de nuestras costumbres ya sea en nuestros trabajos como también en la educación principalmente, entre muchos otros ámbitos. Pero de allí al pronóstico decretado desde el Gran Reset del Foro de Davos, basado en la utopía o distopía de una automatización total, hay aún un buen trecho que nos queda por recorrer para su desarrollo y conclusión, pero aún así los paradigmas estructurales de esa reingeniería mundial ya han sido sembrados en nuestros sistemas políticos, económicos y sociales pero fundamentalmente han sido inseminados en nuestras mentes.
Aunque bien, en el marco de la realidad objetiva debemos señalar que no se cumplieron las expectativas de una robotización masiva por efecto de la pandemia, pues hoy en el primer mundo se quejan por la falta de mano de obra humana para trabajos que los robots pueden hacer de modo más eficiente que los humanos. Hambre de presencialidad, entonces, y estamos hablando de las grandes economías, donde la robotización total ya es considerada un hecho irremediable en el largo plazo. De modo que no estamos tan perdidos en nuestra región. El gran salto hacia las nuevas tecnologías es inevitable, pero los sucesos inesperados no siempre son una “oportunidad” para dar grandes saltos. A veces el efecto en las decisiones económicas es precisamente el contrario.
Latinoamérica parece rezagada en este proceso, aunque, por esta vez, el desafío, a corto plazo, es humanitario: impedir que llegue una tercera ola de contagios mediante una inmunización completa y acelerada. Seamos realistas: ese objetivo de corto plazo debe ser titánico y, si la variante Delta llega demasiado pronto, tal vez infructuoso. Pero el retraso respecto del impacto de la pandemia también puede ayudarnos a observar el ensayo y error de las grandes economías del mundo para recuperar los niveles de actividad pre pandemia. Hasta los expertos más pesimistas auguran un repunte económico por efecto de la nueva normalidad a escala global, que tal vez llegue a Latinoamérica en primavera. El riesgo es sin dudas que los factores políticos y las crisis económicas y sociales que influyen en el ánimo del sistema de cooperación global que, en general no funciona sin confianza, puedan terminar impactando negativamente en el escenario de nuestra región que si sigue tropezando en sus propios errores volverá a desaprovechar el escenario promisorio que tal vez nos plantee la economía global en los próximos meses.
Los humanos en el mundo digital no deben respetar el distanciamiento social, y por eso las herramientas digitales fueron una buena opción de adaptación y transición de nuestras costumbres ya sea en nuestros trabajos como también en la educación principalmente, entre muchos otros ámbitos.
Es precisamente este contexto de cortoplacismo forzado el que debe alertarnos sobre la necesidad de planificar a largo plazo, tanto en la puesta en marcha de las nuevas tecnologías para adaptarnos al marco global como en las estrategias para anticiparnos al impacto que la automatización y la inteligencia artificial tendrá sobre el empleo. La pandemia reconfigura las estrategias de modo inesperado y decepciona a los profetas del futuro cercano (tanto a los optimistas como a los apocalípticos) dado que aún está signado por imprevisión ante la contingencia sanitaria global pero también por el cambio en las relaciones comerciales y tecnológicas entre las grandes potencias y sus disputas por el liderazgo global.
Los pesimistas encontrarán innumerables ejemplos para hacer pronósticos sombríos pero otros analistas también nos recordarán que la oferta siempre ha tenido que adaptarse a los vaivenes de la demanda, y que, como ocurre con la adopción de políticas no contaminantes en el área de la producción industrial, ningún sector de la sociedad podrá beneficiarse si el progreso tecnológico se hace a expensas del bienestar de los ciudadanos –los consumidores-: en suma, quienes mantienen en funcionamiento la maquinaria social y económica. De modo que apostar por el cambio de paradigmas tecnológicos no implica olvidarnos de la generación de trabajos que, como dijimos, sigue siendo una realidad en las economías más vigorosas.
Sin dudas el paradigma regional es una apuesta crucial para los tiempos que corren porque no hay un modo más pragmático para abordar la cuarta revolución industrial que hacerlo desde nuestra ubicación geográfica y prestando mucha atención a lo que ocurre con nuestros vecinos, tanto en relación a las nuevas tecnologías como al manejo de las crisis laborales que generarán esa transición hacia una economía automatizada, robotizada y signada por la inteligencia artificial. México es sin dudas un buen ejemplo, pero su adopción del nuevo paradigma tiene mucho que ver con su pertenencia al grupo de países del tratado de libre comercio de América del Norte. El caso de Brasil, donde sólo un 10 por ciento de las industrias pueden ser consideradas 4.0 es un buen indicio de que vivimos en una región muy retrasada en este aspecto, pero que lo mejor está por venir si tenemos en cuenta la necesidad de ofrecer ventajas competitivas y comparativas a escala regional para pisar realmente fuerte en la ubicación de productos latinoamericanos en los mercados mundiales.
El apetito por estar a la altura de la revolución 4.0 ya está presente en el sector privado. Es el momento justo para planificar, tanto en las empresas, los estados y los sindicatos, la prevención del impacto que sobrevendrá en el mundo laboral latinoamericano cuando lleguen los robots de un modo masivo. Por fortuna, a juzgar por lo que ocurre hoy en las grandes economías, el problema será gradual y, si hacemos bien los deberes –y no olvidamos la planificación en conjunto para todo el subcontinente-, el sistema se encargará de absorber en tiempo y forma los inconvenientes de la transición. El futuro comienza hoy, no mañana.
Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.
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