La compleja trama geopolítica para entender el conflicto de Siria

Para entender cabalmente la compleja y dramática situación en Siria hay que leer unos cuantos libros –entre ellos muchos sobre la historia en la región-, pero un repaso de las piezas en el actual ajedrez de Medio Oriente nos puede dar un panorama sobre lo que se juegan las naciones que protagonizan el conflicto. También intentaremos analizar las consecuencias inmediatas de la escalada militar más reciente, tras la intervención de las potencias occidentales lideradas por Estados Unidos en respueta a la utilización de armas químicas por parte del régimen sirio.

Bashar Al Asad, apoyado por Rusia e Irán, es el actor principal: sus tropas avanzan de oeste a este por un territorio que probablemente recupere en pocas semanas. Estados Unidos, Francia y Reino Unido pueden retrasar sus planes, pero ya no apoyan tan activamente a los rebeldes, que poco a poco pierden influencia y territorio.  Los misiles occidentales son en esencia un mensaje para Putin, que quiere mostrar su rol de potencia: Occidente, en especial el Reino Unido, responden directamente a las recientes provocaciones de Putin, tanto verbales como concretas –el suelo londinense fue escenario de las internas del Krelmlin, con el intento de asesinato del ex espía Serguei Skripal-. 

Otros dos actores importantes son Irán e Israel, que también juegan su pulseada para no perder el control de la zona. Los isrealíes no hacen más que continuar su lucha geoestratégica de largo aliento con Irán, y quiere restringir el acceso iraní a sus fronteras. Un actor no menos importante es Turquía, que si bien es cierto que no quiere a al Asad y en un principio se alineó con la posición europea, hoy debe frenar a los rebeldes kurdos, que aún resisten a las tropas de al Asad y, en caso de progresar militarmente, podrían transformarse en un problema mayor para el territorio turco.

Una primera consecuencia de los ataques de la alianza de Estados Unidos con el Reino Unido y con Francia es el que la nueva Guerra Fría –no tan fría según algunos analistas- puede comenzar a llevarse puestas algunas de las reglas democráticas de los países occidentales. Por lo menos así lo demuestra el nerviosismo de algunos parlamentarios opositores ingleses y franceses tras los últimos bombardeos. El más airado, hasta el momento, es el laborista Jeremy Corbyn, que quiere conseguir que May esté obligada a pedirle permiso a los MP para cualquier futuro ataque.

Los ataques en Duma, Siria, el pasado 7 de abril, generaron discusiones (una de ellas a puertas cerradas), pero todo ese ruido trajo, previsiblemente,  muy pocas nueces. Nikki Haley, la embajadora de Estados Unidos, ya había dicho que Estados Unidos tomaría medidas contra el ataque sirio, con o sin el apoyo del Consejo de Seguridad. El secretario general confirma lo que ya se sabe, cuando dijo: “la Guerra Fría ha vuelto”. Ni los ataques de Siria ni la respuesta aliada han logrado una condena firme por parte del organismo, lo que vuelve a desacreditar la efectividad de las negociaciones diplomáticas y alienta la posible irrupción de decisiones unilaterales –y apresuradas- de alguna de las potencias.

Guta Oriental es la última zona de las afueras de Damasco, en Siria, que estaba en control de rebeldes. Las fuerzas leales a Bashar al Asad iniciaron su ofensiva sobre esa zona en febrero pasado y, tras el ataque con armas químicas –real o supuesto- ha reconquistado la zona e izado su bandera. ¿Cuál ha sido hasta ahora, concretamente, el papel ruso? Negociar con los contendientes para que se impongan treguas de varias horas por día, para que civiles y milicias puedan abandonar la zona.

¿Fue efectivo el ataque que Estados Unidos, Reino Unido y Francia realizaron en Siria? Respecto de los objetivos concretos, en lo estrictamente militar, esto no queda tan claro ni para propios ni para extraños. Los contendientes, tanto el gobierno sirio como los rebeldes, consideran que esto no cambia nada: unos, porque están a punto de retomar el control del país. Los otros, porque consideran que sólo un ataque a la cabeza –Bashar al Asad- podría cambiar el rumbo de los acontecimientos a esta altura del partido.

Pero la administración Trump se puede dar por satisfecha al demostrarle a Putin que o bien sus palabras son pura retórica o bien sus defensas antimisiles no son reales como había declamado.  Si nos atenemos al mensaje de Theresa May, los bombardeos no pueden dejar una señal más elocuente: Occidente le está dejando en claro a Rusia y a sus aliados circunstanciales que la comunidad internacional no dejará que se naturalice el uso de armas químicas en los conflictos. Es temprano para dar una respuesta al principal interrogante, el que todos los que estamos preocupados por la situación en Siria nos hacemos: ¿la escalada militar dará lugar a un conflicto de mayores proporciones?

La reticencia de Trump para apoyar más firmemente a los rebeldes y la moderación de Putin al condenar los recientes ataques aliados deja en claro que una guerra «caliente» es poco probable: los protagonistas saben a qué juegan, y que el escenario de la Guerra Fría está de vuelta, como acaba de afirmar acertadamente el secretario general de la ONU. La única diferencia entre los viejos rivales del  mundo bipolar del  siglo XX y los actuales, es que las viejas, oscuras y misteriosas negociaciones en el teléfono rojo hoy han sido reemplazadas por la transparencia y volatilidad de Twitter.