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La democracia en el Nuevo Orden Mundial

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El ascenso del candidato Jair Bolsonaro, en Brasil, fortalece nuestra tesis de que el Nuevo Orden, que nace con la caída de la Unión Soviética –cierre del siglo pasado, según la mirada del historiador Eric Hobsbawm-, no encontró una solución a la crisis económica mundial que comenzó en 2008. Muchos economistas hablan de una continuidad –o posible empeoramiento- de la crisis para los próximos años, pero el problema trasciende lo económico: en un mundo signado por la tecnología, los vaivenes del sistema financiero internacional han minado la confianza de la gente en ese viejo orden, signado por una confianza infinita en la Globalización y una fe ciega en los ideales del libre mercado.

El año 2016 es la bisagra: el Brexit, en primer lugar, pone en duda la confianza de los europeos en el sueño de la Unión supranacional. El triunfo de Trump, en segundo lugar, es la reacción visceral de la clase trabajadora norteamericana contra la precarización del trabajo genuino y un voto de confianza a un outsider de la política que propone una ruptura con las élites de la política tradicional.

Hemos dicho que se trata de una batalla inmersa en la vieja lógica del realismo político: esa vieja herramienta de las sociedades, el Estado, reacciona contra la extraña alianza entre el mundo financiero, la socialdemocracia arrepentida –ahora neoliberal-, las megacorporaciones y el llamado 1% -los multimillonarios de todo el planeta, grandes triunfadores del New Order-. Trump agita las banderas nacionalistas, y otro tanto hacen China, Rusia y una buena parte del Reino Unido, que se debate entre el divorcio con Europa o el regreso, como hijo pródigo, a los brazos de una UE que hoy parece tan sólo una estructura de dominio de las dos grandes potencias del continente –Alemania y Francia-.

El año 2016 es la bisagra: el Brexit, en primer lugar, pone en duda la confianza de los europeos en el sueño de la Unión supranacional. El triunfo de Trump, en segundo lugar, es la reacción visceral de la clase trabajadora norteamericana contra la precarización del trabajo genuino y un voto de confianza a un outsider de la política que propone una ruptura con las élites de la política tradicional.

Pero en el fenómeno Trump hay algo más que un nacionalismo proteccionista: en todos los fenómenos electorales recientes, marcados por una enorme polarización del electorado, vemos en acción a esa sociedad desencantada con las viejas instituciones, que pretende imponer sus ideales y transformar a los perdedores en “rehenes” de su propia visión del mundo. El sueño multicultural parece romperse en pedazos: las identidades piden revancha, y cada uno está dispuesto a dañarse a sí mismo con tal de infligir daño a sus adversarios. No es para menos. El regreso al orden conservador que algunos proponen –como el de Bolsonaro en Brasil, nostalgioso de la dictadura militar de ese país-, es tan violento como el cambio cultural que proponen los feminismos, que pretende destruir costumbres, modelos y concepciones de género que han tardado milenios en conformarse, y quieren hacerlo en tan sólo una generación. Nadie se salva: los liberales también han forzado la máquina, con una ciega fe en que la mano invisible del mercado resuelva los problemas en el mediano y largo plazo.

En tiempos de revolución tecnológica, marcados por una feroz mudanza de valores y de hábitos, empieza a delinearse el gran desafío para la sociedad que habitamos: es un desafío ético. La tecnología está resolviendo dilemas que la humanidad se venía planteando desde las primeras transformaciones de ese primer paso tecnológico, conocido como el Neolítico. La confianza en la infinita sofisticación de nuestras herramientas, paradójicamente, vuelve a poner en primer plano las grandes preguntas sobre el sentido de lo humano. Hoy casi todo lo pueden hacer las máquinas mejor que nosotros –probablemente también sean mejores administradoras, y habrá que pensar si un orden pos-democrático termine, tarde o temprano, entregándole cierto poder a las herramientas de medición, más eficientes y veloces que nosotros. Si no lo hacemos nosotros, el mismo vértigo de los cambios tecnológicos lo llevará a cabo.

Pero por esa misma razón vamos a tener que revisar el sentido de toda esta sucesión de transformaciones. Lo posthumano ya no parece necesitarnos, pero los mecanismos del diálogo democrático siguen vigentes en el corto plazo: el único que en definitiva nos interesa a nosotros, los que habitamos un período relativamente corto en un proceso cuya lógica nos excede. Como en los viejos tiempos, los socialistas tendrán que sentarse a discutir con los liberales. Y éstos tendrán que aceptar aquello que los conservadores tienen para ofrecer. Aunque en el largo plazo estemos librando una interminable batalla por la verdad, ese mal menor, el juego democrático, tendrá que permanecer vigente en el diálogo por el sentido común, que es la conquista del acuerdo en el corto plazo. La pregunta por los grandes valores: el ¿por qué? Y el ¿para qué?

Estamos a tiempo de salir de esta lógica de “nosotros o ellos” que parece estar hackeando las democracias y transformándolas en un instrumento de las mayorías ocasionales para someter a sus futuros verdugos. Estamos a tiempo de recuperar el ejercicio democrático tal como lo entendían los griegos: como un acto de discusión entre ciudadanos, que no tratan de imponerse sino de llegar a un acuerdo común. Para todo lo demás, están los algoritmos, las estadísticas y la inteligencia artificial.

Estamos a tiempo de salir de esta lógica de “nosotros o ellos” que parece estar hackeando las democracias y transformándolas en un instrumento de las mayorías ocasionales para someter a sus futuros verdugos.

Es cierto: la democracia, en los tiempos de la Inteligencia Artificial, tiene todos los vicios y males de lo humano demasiado humano. Pero eso es lo único que no podemos delegarle a nuestras propias herramientas. Hay en eso un desafío metafísico, para el cual sólo existe –desde el origen de nuestras civilizaciones- un solo dispositivo: el de ese diálogo cristalino, que Sócrates y Platón nos enseñaron, la Dialéctica, donde la verdad es un diamante pulido que sólo podemos construir entre todos.

 

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Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.

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Fernando León
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Etiquetas: , , , , , , , , Last modified: 28 enero, 2019
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