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¿Hacia dónde va Europa post Brexit?

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Las jugadas en política geoestratégica, cuando son a corto plazo, pueden cambiar el orden de los acontecimientos. En ese sentido tanto el Brexit como el ascenso de Trump pueden entenderse, en este plano, como una apuesta del bloque militar angloamericano para reconfigurar las  fuerzas de Occidente y hacer frente al imparable avance de China y, en  menor medida, de otras economías con buena proyección en el futuro no muy lejano, como la India o Rusia. Dijimos que estas apuestas por generar cambios en el equilibrio de poderes sólo pueden darse en el corto plazo, porque debemos recordar que tanto los gobiernos como los líderes y los estados, en tal o cual coyuntura, pueden poco frente a factores más profundos, como aquello que el pensador alemán Herder llamaba “el espíritu de los pueblos”. En ese sentido la alianza de fuego entre el Reino Unido y los Estados Unidos no logrará torcer el destino que une indisolublemente a los británicos con el resto de Europa.

Esa profunda unión entre los pueblos de Europa, que obviamente antecede a la Unión Europea, es la que comienza hoy a hacer ruido en la sociedad inglesa, y que alienta con bastante firmeza la posibilidad de un nuevo referéndum o, de manera más pragmática, las contramedidas que puedan dejar sin efecto el Brexit como tal.

A dos años del divorcio con Europa las calles de Londres se inundaron de manifestantes que piden una nueva oportunidad para el sueño europeo. Las nuevas generaciones no se resignan a lo que consideran la pérdida de una soberanía global. No se identifican con la vieja idea de un Reino Unido autónomo, receloso de la Europa continental, sino más bien con la nueva identidad que nació en las islas tras los cambios que protagonizaron tanto los conservadores de Margareth Thatcher como el laborismo de Tony Blair. Es la Cool Britannia, que pide pista para recomponer las relaciones con el club de naciones más ambicioso –y exitoso- de la historia.

Hay indicios muy claros de que este lazo con el continente está más allá de un “hard” o de un “soft” Brexit: el Reino Unido ha apoyado la iniciativa de otros ocho miembros de la UE para establecer una fuerza conjunta para una posible intervención militar europea que estará fuera de la órbita de la OTAN. Dos conclusiones inmediatas surgen de esta nueva alianza  que se proyecta entre la UE y el Reino Unido: una es la del interés que tienen los británicos por conservar su alianza defensiva con Europa. La otra es la existencia de un primer paso en el distanciamiento con los Estados Unidos, tras los desplantes de Trump ante los socios militares del Atlántico Norte. 

A dos años del divorcio con Europa las calles de Londres se inundaron de manifestantes que piden una nueva oportunidad para el sueño europeo. Las nuevas generaciones no se resignan a lo que consideran la pérdida de una soberanía global.

Las consecuencias de este nuevo escenario no serán visibles hasta que se defina qué pasa con el Brexit. La última edición del europeísta The Economist señala, en uno de sus artículos, los dos caminos posibles: el “hard” y el “soft” Brexit. La conclusión es que sólo una mezcla de estos dos posibles caminos le va a asegurar un futuro sin turbulencias a todos los interlocutores que pueden verse afectados por este conflicto.

¿Qué consecuencias tiene un Brexit suave? Que el Reino Unido deberá minimizar sus perjuicios en lo económico aceptando las reglas de juego –el sistema de aranceles, digamos- de la UE, pero sin participar en las negociaciones que los estados miembro lleven a cabo. ¿Y qué sería un Brexit duro? Que el Reino Unido sea realmente libre de las regulaciones de sus ex socios continentales, y no corra el riesgo de transformarse en un estado “vasallo” del bloque europeo. Lamentablemente las consecuencias de salir por las malas son, en la práctica, una renuncia tanto a las restricciones aduaneras como al mercado libre propiamente dicho.

Está claro que Theresa May se propone recuperar la autonomía del Reino, aunque ha acordado con Ginebra para asegurarle a los mercados un período de transición lo suficientemente amplio como para minimizar las turbulencias, con especial atención en no incomodar ni a irlandeses ni a escoceses. Esta precaución durante las negociaciones no le incumbe tan sólo al Reino Unido, que debe desactivar la caja de Pandora de un posible cisma interno, sino también a Bruselas: el fantasma de la disolución no es algo nuevo en Europa y tiene más edad que el  mismo Brexit. La crisis de Grecia y el avance del populismo nacionalista en casi todos los socios de la Unión mantienen en vilo al orden neoliberal que apuntalan especialmente alemanes y franceses. En ese sentido la figura de Emmanuel Macron sigue creciendo como el gran adalid del sueño europeo, teniendo en cuenta que la primer ministro alemana Angela Merkel comienza ya su último mandato y su figura es cada vez más discutida por su manejo de la crisis con los refugiados en toda la UE (un tema candente a nivel global).

Nadie sabe el final de la historia, pero los apasionantes capítulos que se sucederán en los próximos meses nos van a dar una pista sobre el destino de los contendientes en este nuevo orden que ha sido agitado por los cambios en las políticas de Washington.

La figura de Emmanuel Macron sigue creciendo como el gran adalid del sueño europeo, teniendo en cuenta que la primer ministro alemana Angela Merkel comienza ya su último mandato y su figura es cada vez más discutida por su manejo de la crisis con los refugiados en toda la UE.

Algunos creen que este reacomodamiento de bloques es consecuencia inexorable de un  mundo globalizado y multipolar en el que nadie tiene la última palabra. Otros, más prudentes, sugieren que la preeminencia de Estados Unidos como líder de un único orden occidental está fuera de toda duda, y que el regreso a la “normalidad” es algo más sencillo de lo que aparentan las circunstancias: según estos últimos, sólo hay que esperar a las próximas elecciones de medio término, en noviembre, donde un reacomodamiento de las fuerzas en el partido demócrata puede torcer el orden de los acontecimientos.

¿Quién tiene la bola de cristal? Nadie. En estos dos últimos años la realidad ha dejado atrás hasta al más imaginativo de los analistas en política internacional.

 

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Fernando León es Abogado por la UBA, especialista en Asuntos Públicos en Latinoamérica, analista de política internacional y nuevas tecnologías. Becario del Programa International Visito Leadership Programme y Presidente de la Fundación Diplomacia Ciudadana.

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Fernando León
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Etiquetas: , , , , , , Last modified: 29 noviembre, 2018
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